martes, 24 de noviembre de 2020

ME MUERO POR PREGUNTARTE...

 


 

Acerca de enamorar-se y amar: un dicho y un hecho.

Milagros Mata Gil y Juan Francisco García

 

 Me muero por preguntarte

si es igual o es diferente

querer y amar y si es cierto

que yo te amo y tú me quieres

 (Andrés Eloy Blanco: Pleito de Amar y Querer)

 

            Ahora que estás escribiéndolo, no sabes qué parte de ello es realidad y qué parte literatura. Es tan íntimo el vínculo entre lo que sientes, lo que piensas y el deseo de darle forma estética a eso que  sientes y piensas que no sabes ya cuál es la frontera, ni si de súbito un territorio real, un sentimiento real, se transforman en objeto de arte o en ficción literaria…

            Esta mañana, ante el magnífico amanecer, lujo de colores que deparan estos días, sentiste que la felicidad residía en esas cosas pequeñas: percepción de una flor, el agua desgranándose bajo la luz, el olor a yerba recién cortada... No es la primera vez que te invade esa completitud ante algo que parece ser insignificante, algo que pasa desapercibido la mayor parte de las veces: un arcoíris entrevisto en la carretera, un sorbo de buen café, las montañas recortándose con trazo y dimensión perfectos contra el cielo casi índigo. También esto, supones, a veces, cuando no te hiere, cuando no te irrita, cuando no te molesta.

            En algunas oportunidades has sentido una rabia explícita y terrible. Has sentido el deseo de arrancarte el cuerpo, de arrancarte del pecho el sentimiento que te debilita, que te hace sentir estúpida. Hay en esa rabia un dolor tan grande que es casi físico. Entonces, sólo tratas de respirar, sintiendo cómo el aire entra en los pulmones y entonces todo se va calmando, todo va volviendo a su lugar, el dolor desaparece suavemente y sólo queda cierta leve irritación, cierto desgano, cierta melancolía que también se deja atrás cuando la cotidianeidad te alcanza y te alcanzan los deberes, los derechos, el sonido del televisor antes de dormirte, la tentación de un libro o de una música.

            De cualquier forma, aunque te quemen rabia y pudores, has decidido a entregar estos textos. Necesitas que otro sepa de estos atroces prodigios antes de que las erosiones de Agosto y sus ocios y placeres arrasen su belleza. Porque no puedes negar esa belleza (no es posible negarla) ni lo que ella ha supuesto y producido, y que es mucho más de lo que tú piensas, o de lo que otros pudieran pensar, porque no se saben aún sus consecuencias finales. Y no puedes negar cómo él, o esto, o como se llame, ha enriquecido tu vida.

 

Lección Nº 4:

 

De cómo un sentimiento abrumador se traduce en escritura y se transforma en Espejo, con todas las derivaciones que ello implica, incluyendo las posibilidades de dimensionarlo mediante los postulados de la Geometría Curva.

 


Primer Inter-Texto de Juan Francisco García

 

Para poder estudiar las diferencias entre amar y enamorar-se es necesario ampliar los términos, es decir, hay que también abordar las palabras afecto, amor y querer. Los dos verbos iniciales (amar y enamorar-se) se conjugan en la lexía del afecto.

 Afecto es adjetivo, registrado hacia 1588 y está tomado del latín affectus, participio pasado de afficere poner en cierto estado, derivado de facere (hacer, según Corominas, 1990). El afecto es ponerse en cierto estado sentimental y está unido al darse cuenta, al tomar conciencia de que se está en ese cierto estado. Por ello, María Moliner (1979) en la primera acepción, señala afecto en un sentido amplio como sentimiento o pasión. Luego, añade: A cualquier estado de ánimo que consiente en alegrarse o entristecerse, amar u odiar. El afecto está ligado a las nociones de inclinarse (Casares, 1978) o aficionarse a algo, lo que corresponde a la primera entrada del DRAE. También está ligado a conquistar, dejarse atraer, dejarse conquistar, amar, enamorar-se y odiar.

 Ahora bien, todo sentimiento o cualquier estado del sentimiento se inserta de hecho en afecto, que funciona entonces como palabra-matriz, o, como se dijo al principio, lexía. Afecto, paradójicamente, es un verbo considerado de acción por excelencia debido a su parentesco con facere (y no de pasión, ni de padecimiento, a pesar de los padeceres que su acción pueda provocar).

 

10 de Junio

 

            Te es difícil (te ha sido muy difícil) aceptar ante otro lo que apenas si has podido aceptar ante ti. Quizá por eso escribes. Para ver si reflejándote en el papel (ese espejo opaco, al decir de Seferis) puedes entender las circunstancias. Revalorizarlas a la luz de lo que la gente sensata acostumbra llamar la madurez, la adultez y el sentido crítico.

            En el principio, fue ese resplandor, esa iluminación, esa transfiguración de los espacios cotidianos, esa felicidad que te hacía pensar cada vez que debías verlo y que aprendiste en la primerísima juventud:

 

Hoy la tierra y el cielo me sonríen

Hoy llega al fondo de mi alma el sol

Hoy lo he visto: (lo he visto y me ha mirado!

Hoy creo en Dios.

 

            De pronto, a la entrada de lo que semejaba un tranquilo, pacífico, otoño (aplacadas las terribles hogueras del corazón y la carne por la fuerzas de las tormentas) y cuando escribías versos acerca de sachets perfumados rellenos de flores secas, surgió ese resplandor, devolviéndote la capacidad de apreciar ese tiempo que bulle entre el fin de la verano y el principio del otoño. Eso cambió tus perspectivas. Viste entonces con claridad las cadenas que te habías impuesto y las desechaste. Sin tantas presiones, te sentiste ligera y feliz. Por primera vez en mucho tiempo, la levedad del aire era capaz de internarse profundamente en tus pulmones y eso alteró el control sobre tus sentidos y tus sentimientos.


            Luego, vino un período de reflexión. Hubo miedo y dolor. Te aterrorizaba el vértigo ante el abismo: ¿caer hacia dónde?¿caer hacia qué? Te aterrorizaba también la ambigüedad de la situación. Porque a veces te habías sentido como una novia inocente y pletórica de inocencia, tan cálidamente cercada por cierta atmósfera, una novia tan armoniosamente situada en el mundo junto a alguien a quien descubría con destellos casi esplendorosos, alguien que daba seguridad sin cadenas, en quien era posible reconocer un igual, o, mejor, un maestro. Pero nada indicaba que eso no fuera una ficción generada más por tu deseo que por los elementos de lo real.

 

Segundo Inter-Texto de Juan Francisco

 

Veamos ahora amor y, en cierto modo, afecto, pero ya en otra acepción. Amor, según Corominas, proviene de amar y está registrada hacia 1140. Para el DRAE, amor es el sentimiento que mueve a desear que la realidad amada: otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, y a procurar que ese deseo se cumpla, y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido. Esta primera acepción parece moverse hacia el altruismo y supone un amor puro y abstracto. Por su parte, Moliner dice: Asentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta a desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo.

Para esta autora, la primera definición se encamina hacia el amor de pareja y plantea un amor concreto, alejado de la abstracción de la primera del DRAE. Mientras que Casares admite en su primera acepción: Asentimiento afectivo que nos mueve a buscar lo que consideramos bueno para poseerlo o gozarlo. Es una definición más general, si se la relaciona como Moliner, pero más limitada, si se la compara con la de la Academia. El amor es visto como posesión y goce. Es movimiento y eso lo une con enamorar-se. Para el Diccionario Vox de la Encarta Multimedia (1997), el amor es vivo afecto, inclinación hacia una persona o una cosa.

En un segundo campo semántico, el DRAE, Casares y Vox asumen que el amor es apetito sexual, pasión, atracción y atracción afectiva. En cuanto a enamorar-se, el Vox da tres acepciones, a saber: 1.  Tener amor a personas, animales o cosas. 2. Tener amor a seres sobrenaturales. 3. Desear, aspirar al conocimiento y disfrute del ser amado. Esta última recuerda el amor intellectualis, de Spinoza, aunque para él, este tipo de amor era exclusivamente dirigido a Dios. Pero esta tercera acepción y su vertiente spinoziana remiten al amor idealizado: ese punto intermedio entre el amor altruista y el amor de pareja.

El que ama hace cosas por el amado, aunque jamás llegue a poseerlo y aunque jamás se entere. El amor así concebido genera grandes proezas. Todo lo puede y lo mueve, como la fe. Y no espera nada a cambio, aunque en el fondo se piensa en el milagro de la recompensa.

 

Primer Acercamiento

 

Enamorarse es como vivir dentro de un relámpago que, en medio de la más oscura noche, permite vislumbrar un paisaje. La visión puede ser clarísima, pero el relámpago mismo es efímero. Enamorarse es como vivir dentro de la llama de una lámpara de alcohol: una llama azul y leve que consume velozmente el combustible que la alimenta. Enamorarse es, como decía Andrés Eloy Blanco una brasa que vive de su propia quemadura.

 

¿Dura seis semanas tal iluminación, tal y como aseguran los psicólogos clínicos expertos en neurosis? Quizá. Tu racionalismo, tu deseo de explicar y controlar los acontecimientos, te han convencido de que después de seis semanas la quemadura de amor que ahora sientes habrá sanado: será una levísima cicatriz clara en el espíritu, un precioso recuerdo y este montón de palabras que te negarás a evocar e inclusive a reconocer. Y si escribes como si fuera una carta, si hoy te has decidido a  escribir, es  porque crees que tienes derecho de saber, a pesar de la condena de esa efimeridad (¿sólo lo efímero es eterno?).

 

Tercer Inter-texto de Juan Francisco

 

El verbo enamorar-se es un verbo incoactivo, porque indica el momento de iniciarse el suceso, es decir, indica el momento en que se inicia el proceso de amar. Los verbos incoactivos, señalados por Werner (1980) son verbos de duración brevísima como empezar a, palidecer, ruborizarse, madurar, florecer, sonar. Recuérdese para ello la primera acepción de María Moliner para enamorar-se: “empezar a sentir amor”. Por su misma condición, enamorar-se es un verbo mutativo, es decir, indica una transición hacia otro estado: enamorar-se es el camino entre no-amar y amar: entre el dicho y el hecho. Hay en eso implícito un cambio de estado del ánimo. Se vive el sentimiento, o, mejor, se padece y no es posible hacer nada para detener ese padecimiento. Sólo cuando está instaurado el sentimiento del amor es cuando es posible alimentarlo o destruirlo. De cualquier manera, y, citando a Herrero:  amoris vulnus idem sanat qui facit (la llama del amor sólo quien la hace la apaga).

 

Segundo Acercamiento

19 de Junio

 

            ¿Lo amas? (Te preguntas)¿Es eso que sientes Amor che muove il sole e l’altre stelle, como dice el Dante?¿Es el sentimiento que ilumina y vivifica, transfigura y revela, da dolor y libertad, paz y conflicto, y sostiene así la arquitectura del mundo? Pero si así fuera, la experiencia sería (quieres creerlo) distinta: sería un sentimiento contemplativo y altruista, una idealización que ardería hasta extinguirse, una especie de fuego fatuo. A menos que el otro, el amado, alimentara su esencia de pasión y transmutara hacia otra cosa, aún indefinida, materia onírica en la que jamás te has atrevido a pensar... ¿Y sería posible que el otro lo alimentara, que lo reconociera y lo aceptara más allá de todo prejuicio o límite? Las preguntas son retóricas: aluden a una potencialidad y no a un hecho, pero aun si se refirieran a uno, no requieren respuestas. Porque has comprendido al fin lo que Platón decía en cuanto a que después de haber contemplado lo ideal y puro del objeto amado una y otra vez, su imagen se revela, mas ya no puede ser representada como imagen sensible, sino que se representa ella misma, sin mutaciones, sin aumento, sin desgaste.

 

Por otra parte, y, como lo expresó tan exacta y radicalmente San Pablo:

 

Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltara el amor, no sería más que una campana de bronce que toca y toca y resuena y resuena. Si yo tuviera el don de la profecía, si conociera todas las cosas, las abiertas y las secretas, con toda clase de conocimientos, si tuviera tanta fe como para trasladar de sitio los montes, pero me faltara el amor, nada sería. Si repartiera todas mis posesiones y hasta mi cuerpo entregara para ser sacrificado y fuera llamada una persona generosa, pero sin tener amor, de nada me serviría. 

(Carta a los Corintios, I: 1-3)

 

 

Cuarto Inter-Texto de Juan Francisco

 

Enamorar-se  se reporta como un estado, pero obviamente relativo, muy relativo, quizá con el verbo estar. Lo que se quiere es retener ese instante o breve momento de enamorar-se: la llama que surge, el vivo afecto. Si se acepta que querer –que también se vincula con este verbo- tiene entre sus acepciones investigar e inquirir, es posible aseverar que una persona se enamora de otra a partir de lo que esa otra estimula. Luego, se comienza a ver si la otra persona, se indaga si la otra persona siente algo parecido. En palabras de Casares, se tiene, cuando se está enamorado, suficiente sentimiento afectivo como para moverse a buscar. Y, por último, obtenido el consentimiento del otro, se concibe o se engendra el amor.

 

Tercer Acercamiento

20 de Julio

 

            Ahora, después de una lluvia fuerte y sólida, el sol recupera sus fueros. El jardín luce verdísimo y las trinitarias florecidas se inclinan, brillantes por el agua y la luz. Así son los humanos, como ese jardín, como estos ciclos de lluvia y no lluvia... Todo es tan profusamente hermoso que no sabes ni cómo expresarlo, ni cómo alejarte de la máquina y de la ventana abierta hacia el jardín para terminar esta ¿carta? (que jamás debiste empezar, que  enviarás nunca).

 

Quinto Inter-Texto de Juan Francisco

 

El enamorar-se es de gran intensidad, de corta duración. Una persona pudiera morirse por la profundidad y la fuerza que puede alcanzar la sensación. Pudiera compararse a la que produce el Orinoco en Agosto frente a la Laja de la Zapoara. El amar y el querer son sentimientos y emociones más uniformes y duraderos. Sin embargo, pueden carecer de la virtud del enamoramiento, que en sí melle et felle est fecundissimus (fecundísimo en miel y en hiel).

 

Cuarto Acercamiento

21 de Julio

 

            A veces, tienes ante ti su cara, sus ojos que brillan con esa inteligente y purísima luz, su sonrisa a medias. No entiendes ese flujo que él te impone, como el del río, como hecho por Amalivaca, corriente en dos sentidos. Bórax navegando. No entiendes.

 

 

domingo, 8 de noviembre de 2020

EL CASO DE ROSE DONNE

 



Minnie Gasbab es una terrible chismosa...  dijo Mrs. Clark a Mrs. Boffin, mientras paseaban  lánguidamente en medio de la tarde tropical. Era el mes de julio. Un sol blanco y ardiente  llenaba todos los espacios. La atmósfera era sofocante y  despertaba los instintos adormecidos por siglos de educación y buenas costumbres. En ese lugar todo era distinto: la cólera, el amor, los celos, la dicha, se sentían de  diferente manera. La misma Mrs. Clark, con todo y haber  sido educada en el seno de una aristocrática familia  bostoniana, había roto a bastonazos los cristales de su  casa, cuando discutió con Mr. Clark en cierta oportunidad.  Después, ambos tuvieron que inventar algo sobre una explosión, lo que ocasionó que la Superintendencia de Mantenimiento  realizara una ardua revisión de las tuberías de gas, cuyos  resultados los dejaron perplejos.

 Mrs. Clark sentía que se ahogaba, a pesar del  aire acondicionado y de la vegetación tan fresca y hermosa  de los jardines. Ella y Mrs. Boffin, una joven de Kansas,  muy educada, acostumbraban caminar por los jardines del  Campo Norte de San Roque, todas las tardes. Caminaban bajo  lujosos arcos de trinitarias cuyos tonos variaban desde el  rojo frambuesa hasta el rosado. Había helechos colgando  como cortinas de un verde delicadísimo. Setos de cayenas  cuidadosamente recortados. Macetones de azaleas blancas.  Jardincillos circulares de lirios y calas, flores obscenamente carnosas. Sí: era obsceno. Mrs. Clark jamás se  había imaginado que pudiera existir algo así.

 -¿No le parece, querida, que hace un calor  sofocante?, dijo.

 -Sí, claro, supongo que podemos entrar al Salón,  si usted quiere, respondió su compañera.

Mr. Clark le había dicho al principio, cuando  le propuso venirse a ese lugar, que sólo serían unos meses.  Algo para él very important. El desarrollo de su carrera.  No le habló de las incomodidades, de los insectos, de la  humedad caliente del aire, de la fuerza monstruosa de las pasiones, ni del lugar en que vivirían: aislado por perros  y alambradas, y donde deberían circunscribirse a tratar con  veinte o veinticinco familias de tan diversa cultura y nivel  social, igualadas por la necesidad de juntarse, extranjeros  en medio de nativos que eran a la vez untuosos y hostiles.

Por lo demás, fuera de las alambradas sólo  había una llanura reverberante, y, más lejos, un poblado  sucio y bullicioso, donde se cultivaban el vicio, la perversión y la violencia. Mrs. Clark había ido dos o tres  veces, con idéntica sensación de grima.    Ya esto duraba demasiado. Después de año y  medio, apenas si lo resistía. Todo el tiempo temía volverse  loca. Ni siquiera se atrevía a tener un niño, como  reiteradamente se lo había sugerido Mr. Clark, porque  dudaba de que fueran adecuadas las condiciones del lugar.  ¿Qué educación podría proporcionarle a un chico en esas  circunstancias? Oh, aquellas amas de casa parlanchinas  tenían hijos que cuidaban sirvientas indias. Las vestían  con uniformes azules, les quitaban los piojos, y a cambio  de una cantidad insignificante, se podían dedicar a comer  cacahuates y jugar a las cartas. Una vez quiso promover un  Círculo Literario, como el que su madre había tenido en  Newports los veranos, pero aquellas mujeres apenas sabían  de lo que se trataba. Y fuera de los suyos, que no eran  muchos, los únicos libros que había en el campamento eran  los religiosos del reverendo Castle, quien cierta vez, al  oírla hablar de cierto John Dos Passos le había recomendado privadamente que no volviera a mencionarlo: That communist,  God save us, había dicho.

Mrs. Clark y Mrs. Boffin caminaban sin  apresurarse, las dos tan jóvenes, tan rubias, tan bonitas, vestidas con sus vaporosos trajes blancos escotados y ocultas bajo la doble sombra de sus sombreros de paja y sus  sombrillas estampadas: la de Mrs. Boffin, con pequeñas  flores, y la de Mrs. Clark, a rayas anchas blancas, rojas y  azules. Hablaban de los acontecimientos que envolvieron a  otra vecina, la pequeña Mrs. Donne, de soltera Umbrella, Stallone, o cualquier otra cosa italiana, quien recientemente había vuelto a la Unión, después del estallido  de un escándalo donde estaba metido, decían, hasta el propio reverendo Castle. Todavía no se sabía a ciencia  cierta qué cosa había sucedido, y si bien se hablaba de  hombres pasados por el lecho de Rose Donne, ninguna de las  chicas, después de someter a sus maridos a cuanto proceso  de confesión se les ocurrió, había obtenido una historia  clara. Y ahora Mr. Donne andaba embriagándose en Santa  María, con una corte de gente de mala vida. Mr. Clark había  comentado que, de seguir así, La Compañía tendría que prescindir de sus servicios.

En aquellos días calurosos y brillantes, de  impredecibles tormentas, había surgido la historia que  encendió los rumores por igual en las asépticas viviendas y  los salones de los Clubes Norte y Sur de San Roque, y hasta  en el polvoriento laberinto de casuchas y bares del pueblo  de Santa María del Mar (a Mrs. Clark le parecía incomprensible que, estando tan lejos del mar, aquel caserío  odioso tuviera tal nombre, pero lo atribuía a la mentalidad  de esa gente, tan extravagante). El rumor aludía a algo entre Rose Donne y,  tal vez, un negro. Comenzaron a barajarse posibilidades. Se  decía que Mr. Donne había protagonizado riñas con algunos  obreros de la perforación, con uno de los gerentes y había  retirado el saludo al profesor Boffin. Aun así, nadie podía  decir exactamente qué había sucedido.

-Salvo que no haya sucedido nada y todo haya  sido invención de Minnie Gasbab: yo la conozco..., dijo  Mrs. Clark en voz alta, siguiendo el curso de sus pensamientos.

-¿Qué sabe usted de ella?, preguntó con  curiosidad la otra mujer.

-Nada, en realidad... Pareciera que no tiene  más ocupaciones que mirar por la ventana y comentar luego  lo que ve, convenientemente ampliado y...reinterpretado,  diría yo. Creo que ella podría ser una buena escritora de  novelas... De hecho, imita los libros de Joachim Red Sauce

-Pero va mucho a la iglesia, es piadosa... En  cambio Rose Donne no parecía muy...moral... siempre con  esos trajes llamativos y esa risa... Era católica, además,  hija de italianos... ¿cómo creer que no...? Todo la condenaba, usted la vio también: era coqueta... Y Minnie  Gasbab es de una antigua familia de Georgia, mientras que  Rose venía de New York, usted sabe...

-Claro... dijo ambiguamente Mrs. Clark.

         Ambas entraron al salón bien aireado y ventilado, lleno de mesitas redondas y sillas de listones pintadas de blanco. Detrás de la barra había una estantería para bebidas. Varios espejos daban mayor amplitud al espacio. También allí había plantas, verdes, vigorosas,  exuberantes. El barman cabeceaba sobre un periódico, y dos   chicas vestidas de verde y blanco se movían entre las damas  sentadas allí a esa hora para beber té frío con limón o  refrescos de frutas tropicales, y comer pasteles. No había  un solo hombre entre los clientes. En cambio, varios niños  correteaban por la terraza, chapoteaban en la alberca, en  el estrado de la Orquesta que amenizaba algunas noches, y  entre las mesas. Niños rubios y sonrosados, cuidados por  sus niñeras vestidas de azul celeste.

Mrs. Gasbab, de unos cuarenta o cuarenta y  cinco años, delgada, musculosa, gran jugadora de tenis y  de golf, con la cara quemada y arrugada por el sol y el  cabello corto, dorado, con mechones blancos, reinaba en el  grupo de trece o quince mujeres que la escuchaban mientras  consumían placenteramente sus meriendas. Cuando ellas  entraron y cerraron sus sombrillas, voltearon a mirarlas y  las saludaron con gestos de efusiva bienvenida:

-¿Qué tal, Margret, qué tal Ann...? ¿Qué tal el paseo?¿Desean acompañarnos? Por favor... ¿qué tomarán?

-Vengan, vengan... Escuchen... Minnie está  contándonos más de esa indecente historia: ya saben...

-Oh, sí, indecente but very funny, that’s right?, dijo Mrs. Clark y se sentó con una sonrisa.

 

Mrs.  Boffin la siguió con cierta reserva, pues sabía que el  nombre de su esposo había sonado fuertemente en el rumor,  aunque ella creía en él cuando negaba su participación en  ese asqueroso asunto. En ese momento, la lavandera negra del Campo pasó, seguida por su hija adolescente. Las dos llevaban  sobre la cabeza los fardos de ropa blanca que mandaba a  repartir La Compañía, y caminaban altivas y garbosas,  exhibiendo sus hermosos cuerpos.

-Precisamente con el hijo de Frony fue con  quien la vi por primera vez desde mi ventana. Créanme,  queridas, no fue una ventaja tenerla allí... Pasaban tantas  cosas pecaminosas en esa casa, se decían tantas obscenidades... Y yo, sin poder evitar verlas y oírlas...

Mrs. Boffin se removió inquieta. Le dolía el  cuello por la tensión. A cada momento esperaba que le  hicieran alguna pregunta, o que mencionaran a su marido.  Aquel asunto de Rose Donne había sembrado incertidumbre y  desconfianza en todo el Campo: los hombres que trabajaban  en las perforaciones, y que regresaban cansados, sucios de  barro y aceite, miraban con suspicacia a sus mujeres,  tibias y suaves, que los esperaban en el confort del hogar,  y las interrogaban sin sutileza, analizando las respuestas  con minuciosidad. Desconfiaban de los que trabajaban en las  oficinas: gerentes, contadores, médicos, oficinistas y  profesores, y que cumplían un horario, o podían desplazarse  con libertad en el área de viviendas mientras ellos estaban  lejos. Siempre había existido una vaga rivalidad, pero  ahora las cosas se planteaban de diferente manera: ¿dónde pasaban sus ocios aquellos dandis perfumados mientras  ellos se reventaban chapoteando en el fango, atormentados por el ruido de las calderas, a pleno sol o en plena noche,  trabajando como brutos?

También los señores de las oficinas recelaban  del encanto que para algunas mujeres podían tener esos  hombres toscos, con sus olores viriles, el aura aventurera  de su forma de ganarse la vida y de su origen en pueblos  del Oeste. Y todos  desconfiaban de los criollos que  trabajaban en el Campo: jóvenes latin lovers de cabellos  asentados con brillantina, piel morena, vestidos de blanco  y bañados en agua de colonia. Los miraban de soslayo en las  reuniones mientras ellos desplegaban sus artes de fascinación, su habilidad para el baile y la exótica blancura  de sus dientes de animales sanos.

Por su parte, tampoco las mujeres confiaban  en sus hombres, ni en las otras mujeres, sobre todo si eran  jóvenes y atractivas. Sólo Mrs. Gasbab lucía absolutamente  segura de su posición. ¿Acaso porque Mr. Gasbab, que era  uno de los gerentes, había perdido para siempre sus apetitos sexuales? ¿O quizá porque ella, Minnie Gasbab, podía  satisfacer todos sus deseos?

-Yo no creo que sucedieran tantas cosas, dijo  Mrs. Clark en aquel momento, pienso que nos estamos dejando  llevar por la fantasía... El hijo de Frony, por ejemplo, es  apenas un muchacho, y muy respetuoso... Por muy loca que  hubiera estado Rose Donne, él hubiera sido lo suficiente  mente juicioso como para...

-¿Defiende usted, Margaret, a un negro y a una perdida italiana...?, sonó con cierto tono gangoso y  glacial, la voz de Mrs. Gasbab. Todas en la mesa se estremecieron. No creo que una dama como usted crea en verdad  lo que dice... A menos que eso haya aprendido en la universidad, leyendo todos esos libros...

Mrs. Clark se apresuró a replegarse,  ruborizada de cólera, pero temerosa.

-Lo siento, no quise decir nada, en realidad  no tengo opinión...

-No se inquiete, querida, comprendemos sus  sentimientos: es usted taaaan jooven, y ha leído tanto...  eso confunde a cualquiera, dijo amablemente Mrs. Gasbab.

En el silencio que siguió se escucharon los  gritos juguetones de los niños, las reconvenciones de las  niñeras en tono apagado, la agitación del agua de la alberca, y el canto de los pájaros. Una luz dorada había llenado  todo el espacio en el ocaso. Mrs. Clark sorbió su té y las  conversaciones volvieron a fluir. Ahora se hablaba de una máscara de belleza hecha a base de avena de hojuelas y  miel: sólo veinte minutos una vez a la semana, y luego una  de clara de huevo durante media hora. Alguien mencionó los  baños de tilo para calmar los nervios, y la charla derivó  hacia medicinas naturales y tejidos de aguja. Al cabo de un  rato, Mrs. Clark se levantó, recogió sus cosas y se despidió amablemente del grupo. Miró a Mrs. Boffin:

-¿Viene, querida...?

Mrs. Boffin, aliviada, recogió también su  sombrero y su sombrilla, y ambas salieron a la tarde que  languidecía. No comentaron nada. Al llegar a la calle,  apresuraron el paso entre la doble fila de casas blancas,  con puertas y ventanas pintadas de verde, protegidas por  telas metálicas, techos de asbesto rojo y jardines  simétricos, separados por cercas de tabloncitos también  blancos. El césped recortado tomaba un color plata, y las  flores de los setos se iban hundiendo en las primeras  sombras de la noche. Cada casa tenía un buzón y un  senderillo de granito que conducía hacia la puerta principal y se bifurcaba hasta la parte trasera, la puerta  de la cocina y el lavandero. Las dos mujeres se despidieron  con un beso gentil, revisaron el buzón, recorrieron el  sendero, abrieron la puerta y fueron encendiendo las luces.

De idénticas alacenas y refrigeradores, comenzaron a sacar  los ingredientes para preparar la cena.

A lo lejos, hacia el sur, se acercaban  velozmente los camiones que traían a los hombres desde los pozos. Se acercaban, levantando el polvo rojo de la sabana.