NÉSTOR ROJAS Y SUS RECUPERACIONES
DESDE TODOS LOS ÍNTIMOS NAUFRAGIOS
Milagros Mata Gil
Resonancias que vienen desde lejos
Hay un largo,
larguísimo, camino entre El Tigre, un pueblo petrolero del suroriente
venezolano y Astorga, un conglomerado agropecuario situado en la provincia de
León, en España. La única semejanza que uno puede encontrar entre ambos lugares
es que El Tigre es una encrucijada que asume las vías agrícolas y los caminos
que llevan al sur minero, ese enclave a medias legendario, a medias trágico,
donde se confunden el oro de El Dorado y el ancestral Macizo Guayanés, y
Astorga es también encrucijada en la que desde antiguo se recibía a los que
transitaban la Ruta de la Plata, cuyo tramo principal unía las dos ciudades
fundadas por Augusto, Emerita Augusta (Mérida) y Asturica Augusta (Astorga),
pobladas ambas por veteranos de las Guerras Cántabras (libradas por las
legiones romanas contra los pueblos cántabros, astures y galaicos entre los
años 29 a.C. y 19 a.C.) Más largo y más abrupto es el camino poético que ha
transitado Néstor Rojas para asentarse en ese lugar.
Como emanaciones de la sangre,
las palabras me convocan sonoras a las
fauces de la noche.
Circundan el breve gozo que vivo en el
papel.
Sus resonancias vienen desde lejos,
arrastrando naufragios.
Rasgan el viaje que hago del ayer al cabo de
la página.
El lenguaje de las metáforas alivia el
insomnio.
Me desprenden de la realidad.
Cada signo es un modo de salir de la
tormenta.
Una manera de entrar liviano a otro mundo.
Los puntos al final de las líneas
metafóricas
llenas de estrellas
me dan luces y aliento para no desfallecer
y seguir adelante.
La
vida, la biografía
Néstor Rojas es
un poeta nacido en El Tigre el 27 de febrero de 1961. Sus padres fueron Maura
Esther Mata, ama de casa, y Publio Rojas, maestro de panadería. De su madre
apenas si recuerda una imagen en el balcón del hospital desde donde ella
saludaba a la prole de seis reunida allí, bajo algún árbol, pues falleció
cuando él tenía 9 de una hemorragia interna después de haber parido a la
séptima hija. El hombre desolado y desorientado que fue en aquellos momentos su
padre los llevó a casa de la abuela paterna, Dominga Rojas, una mujer
endurecida en los campos de cultivo del cacao que hizo lo que pudo para
afrontar, ya en la vejez, la tremenda responsabilidad que se le vino encima. Y
allí crecieron.
-Recuerdo la casa de mi abuela, los
árboles, la penumbra. Esa penumbra me ha ido penetrando hasta el tuétano de los
recuerdos. Mi abuela fumaba tabaco por las tardes, en el alero que daba al
patio, siempre a oscuras. El bombillo se prendía, si acaso, cuando llegaba
alguna visita. La cocina se iluminaba solamente con la candela de las
hornillas. Mi abuela tomaba café colado y cerrero. A veces nos
contaba algunas historias de su travesía desde las costas de Sucre hasta las
sabanas de El Tigre y solía cantar galerones y tangos.
-Casi todos nosotros sufríamos de
asma, unos más que otros, pero mi hermana Elisa y yo éramos los más afectados.
Como no podíamos salir nos quedábamos en un cuarto cuyas únicas fuentes de luz
eran las rendijas entre la pared y el techo de zinc. Allí jugábamos mi hermana
y yo a inventar historias, pues poco más se podía hacer. A mi hermana le
gustaba fugarse al patio y comerse unas flores rosadas que se daban silvestres
pegadas a la cerca. No recuerdo si en alguna de esas salidas se mojó, quizás
sí, y débil como era del pecho, murió. Aquello me dejó íngrimo y asustado. A
cada instante me preguntaba si también yo iba a morir.
-Mi papá siempre hizo lo que pudo
para ayudar a Minga, pero no era fácil. Recuerdo que ella salía con una cesta
grande a vender pan, porque después de la viudez papá se las vio difícil, pues
perdió su propio negocio y se encargaba de hacer panadería artesanal. También
hacía cucas, caledonias, que es una especie de galleta blanda muy solicitada. Pero
a la hora de la verdad, trabajaba en cualquier cosa que le permitiera llevar
comida a la cada vez más exigente mesa. Porque éramos muchos y estábamos
creciendo. Y fue después cuando consiguió ocupación en una panadería. Mis
hermanas mayores ayudaron también. Después de mí estaban dos hermanitos, uno de
los cuales, Alexis, tenía 2 años cuando mamá murió. Recuerdo siempre, siempre
recordaré, que mi padre me llevaba con él a los bares. Era un hombre jovial,
cuentista ameno, con un fondo de tristeza. Iba a los bares y se sentaba a
conversar y a mí me sentaba cerca para poder colocarme el tratamiento de
inyecciones que seguramente me mantuvo con vida. *
Fue en la
escuela secundaria cuando descubrió el mundo que ofrecían los libros: el anhelo
y el consuelo. Comenzó leyendo lo que le imponían las tareas escolares, pero
pronto se dejó arrastrar por la lectura.
-Leía de todo: hasta los papeles de
anuncios y los periódicos y las revistas y todo cuanto encontraba. Yo era un
buen estudiante, es decir, me gustaba mucho estudiar, pero intervenía poco en
clases porque no me sabía expresar bien en voz alta y también porque me daba
vergüenza mi forma de vestir. Entonces mis notas no eran especialmente buenas.
Ejerció varios oficios: fue auxiliar de panadería, dependiente y en
algún momento, albañil. En 1982 comenzó como
participante en un Taller Literario que reunió a varios jóvenes escritores en
El Tigre. También formó parte de la primera directiva de la Asociación
Venezolana de Escritores en la que se reunían los que hacían vida literaria en
el pueblo. A partir de allí, sus lecturas se hicieron más nutritivas
y encaminadas. Y comenzó a publicar en las páginas literarias del diario
“Antorcha”, poemas, pero también artículos de opinión y textos en prosa
poética.
-En 1984, circunstancias personales
me impulsaron a irme a vivir a Caracas. No diré que fueron días fáciles y
tranquilos, pero sí enriquecedores. Yo vivía en una pensión por los alrededores
de la iglesia dedicada a Santa Rosalía de Palermo. Desde muy temprano se
escuchaban allí las campanadas llamando a la misa diaria. Y si uno pasaba por
el atrio se sentía fuertemente el olor del incienso. En aquellos tiempos yo
escribía una poesía más bien órfica. Por consejos de Manuel Bermúdez, un hombre
generoso al que muchos escritores le debemos, comencé a leer a Olga Orozco y
Humberto Díaz Casanueva, Pero también leí muchos materiales sobre los misterios
eleusinos y sobre Orfeo. Sobre los griegos. Leí a Platón. Y, por supuesto, a
Rilke.
-Yo tenía una pareja que trabajaba
en la Biblioteca Simón Rodríguez, y ahora me doy cuenta de lo mucho que le debo
a las bibliotecas en general. Por ejemplo, en la Biblioteca Nacional, que queda
a una cuadra de la “Simón Rodríguez”, leí sobre ángeles y Swedenborg y a Hermes
Trimegisto, y todo lo del I Ching, pues hubo un tiempo en que eso me atraía
mucho. Cuando escribí los “Hexagramas del vértigo”, por ejemplo, lo hice con la
estructura del I Ching. Ya no escribía solamente sino que ya asumía
conscientemente que hacer literatura implicaba pensar en el acto literario. Eso
se me reforzó cando supe que André Breton, el padre del surrealismo, no solo no
era partidario de la escritura automática sino que corregía sus poemas.
Aprendí mucho en esos tiempos en
contacto con el cine, al que iba con frecuencia, y con los museos. Visitaba
librerías, aunque casi nunca podía comprar libros, pero ese estilo de vivir me
permitió entrar en contacto con otros poetas, como Armando Rojas Guardia,
Miguel Márquez, Alfredo Chacón, Luis García Morales, Gustavo Luis Carrera,
estos últimos de generaciones anteriores, pero que se dispusieron a apoyar mi
trabajo en todos los sentidos, y también con grandes lectores, como Roger
Michelena, el bibliotecario mayor de la “Simón Rodríguez”. Es verdad que hubo
también rechazos y zancadillas, pero aprendí a lidiar con todo eso.
-Una de las cosas importantes y que
hicieron crecer mi quehacer literario fue que comencé a organizar los poemas,
es decir, a darles organicidad como libros. En parte para enviar a concursos y
en parte para visualizar qué era lo que estaba haciendo. Así nacieron
“Transfiguraciones”, “El Diario del Fulmar”, “Friso de Máscaras”, “Hexagramas
del vértigo” y “Salmos Testimoniales”. A finales de 1985 me trasladé a la
Ciudad de México y allí seguí en la misma tónica de las lecturas, de la
escritura sistemática, del contacto con poetas e intelectuales, en especial dos
generosos venezolanos vinculados a la Universidad Autónoma de México y a la
poesía: Josu Landa y Abraham Salloum Bitar. También estuve en contacto con escritores como Adolfo
Castañón, Rafael Santiago, Rosa Amelia Díaz.
Promotor cultural y literario
Regresó a El
Tigre en 1989 y fundó el Centro de Actividades Literarias, junto con el poeta
Marcos González, que presidía el Ateneo. El CAL, además, se conformó como un
Fondo Editorial. Recibían aportes del Estado venezolano (-porque entonces eso se podía hacer, sin que requirieran carnés de
partido, ni nada de eso) y hacían Talleres, estimulaban la visita de
autores nacionales, publicaban en la prensa regional (-el diario “Antorcha” siempre fue un gran apoyo para las cosas de la
cultura) En 1992 hizo un viaje a Irlanda, y permaneció en Annaghmakerrig,
una residencia de artistas auspiciada por la UNESCO y la Fundación Aschberg. Ya
antes había estado en Francia. Ese mismo año comenzó a coordinar los cursos del
Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guayana y en esas tareas
permaneció hasta 1999. Desde 1992 vivió en Ciudad Bolívar, una hermosa ciudad
situada a orillas del Orinoco donde se relacionó estrechamente con artistas
plásticos, gente de teatro, poetas y narradores. Fue allí donde surgió en él la
veta pictórica.
-En realidad, siempre me atrajo la
posibilidad de pintar, pero fue a partir de esos primeros ejercicios, en
formato pequeño y usando más plaka que óleo, cuando comencé a sentir la pasión
de expresarme también a través de la pintura.
Las duras
circunstancias de Venezuela comenzaron a golpearlo inclementemente y lo
empujaron a emigrar, como ha ocurrido con tantos compatriotas. Se ha exiliado
de todo menos de sus recuerdos, de sus afectos, de sus lealtades. El país se le
está escapando porque es como arenisca lo que queda después de la catástrofe
que se ha venido realizando desde hace más de veinte años. El poeta dice en su
selección de poemas del 2018, “Íntimos Naufragios”:
En los predios de esta tierra envuelta en
los azules del cielo
voy dejando en el camino algo de lo que
recuerdo.
Aquel río que espera por mí, entre piedras y
orillas.
Aquella casita con mangales y cañada,
donde dejé olvidadas mis pocas pertenencias,
mi tierra natal, los amores que han sido.
En cada despedida voy dejando parte de mi
corazón.
Como viajero insomne me fui un día,
desafiando el temporal.
Agarrado al pecho en sus adentros.
Ahora no atisbo el confín ni ansío con
desespero lo que espero.
Tampoco pienso en los días que vendrán,
cargados de promesas y batallas.
Siento el breve instante que se va y sus
horas desgastadas.
Los golpes duros los enfrento con lívida
sonrisa,
como puedo a flor de labios.
Tiempo no me sobra.
La vida que mengua la vivo por dentro,
con sus lágrimas dulces, penas y alegrías.
La
nostalgia es como el viento
“¿Qué
hemos destruido, de qué casa hablo,
qué odiosa arquitectura
ha acabado por ser, sin remedio, la vida?
Ya no se ve el pasado en las ventanas”.
Joan Margarit
Alguien enciende una luz
El más reciente poemario de Rojas es “Alguien
enciende una luz” (Publicatulibro, Editorial Hispano Europea, 2020) que desde
el mes de agosto está siendo presentado en las comarcas de León y Castilla.
Lejos ya de sus comienzos órficos y de la untuosa voz de los poetas alemanes
como Hölderlin y Rilke, la voz poética surge aquí ligera, fresca, memoriosa y
esplendente. Es el rescate de su casa y su historia ancestral, pues
Quien olvida sus raíces vive a la sombra del
vacío
y cae como jadeo sin futuro por la vertiente
del despeñadero
El exilio fue dolorosamente asumido. En el 2018 llegó a España en condiciones muy
delicadas de salud, apoyado por una amiga.
-No es fácil dejar atrás la tierra, los
seres queridos, la casa, los libros. Pero sentí que era necesario. Fue un viaje
agotador.
-¿Por
qué decidiste instalarte en Astorga precisamente?
-Yo me encontraba en Ciudad Bolívar,
desempleado y sin recursos, casi encerrado, y aproveché la generosa invitación
de una amiga escritora que vive en esta ciudad, que es un antiguo enclave
romano donde todavía se encuentran esas ruinas. Aquí en España he logrado al
menos abrirme paso en un mundo literario muy exigente y competitivo. En algunos
lugares ya conocen mi trabajo, tanto poético como pictórico. He realizado
varias exposiciones, recitales de poesía en varias ciudades y, como sabes, he
presentado mi libro en varias localidades, con bastante buena acogida.
-¿Te planteas regresar alguna vez a Venezuela?
-En verdad, uno no sabe lo que le depara el
destino. Pero por los momentos, en las condiciones cada vez más empantanadas
que tiene el país, no contemplo esa posibilidad. **
EZIONGEBER ÁLVAREZ ARIAS:
LA FEROZ AMARGURA DE SU HUMOR
Milagros Mata
Gil
“Yo soy lo que escribo, yo escribo lo que
soy”
(Eziongeber Álvarez Arias

ironía. (Del lat. ironīa, y este del gr. εἰρωνεία). f. Burla fina y disimulada. || 2. Tono burlón con que se dice. || 3. Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice
I. Un maestro de la ironía
Si hay un tipo
que relata un suceso, comenta un evento, de tal manera que, diciendo lo que
dice, escribiendo lo que escribe, está diciendo exactamente lo contrario, o lo
está diciendo indirectamente, o lo está escondiendo en el seno mismo de un
manejo magistralmente desenfadado de la lengua, a veces procaz, y así está
proponiendo al lector, al receptor, el trabajo de decodificar lo que en verdad
relata o comenta, ése es seguramente el Chino Álvarez.
El discurso
irónico, ya se sabe, es un discurso en clave y desfigurado que el receptor
acepta con temor de equivocarse, pensando que al comentarlo puede incurrir en
un error pues el autor no puede querer decir lo que dice. Es una especie de
juego de espejos múltiples y distorsionantes. Lo que nos lleva a la afirmación
que el Chino Álvarez hace al referirse a sí mismo: “Yo soy lo que escribo, yo escribo lo que soy” Dado que su tribuna
ha sido hasta ahora Facebook, donde muchos se arriesgan a hacer comentarios,
aunque sea solamente mediante un ícono o un avatar, resulta muy interesante ver
cómo sus crónicas y relatos se ven replicados y fragmentados en numerosas
interpretaciones que van desde la complacencia a la incomprensión, pero, sobre
todo, donde los comentaristas buscan la liviandad de lo humorístico, le ríen la
presunta gracia, lo consideran un chico muy simpático, muy lanzado, y sólo
algunos captan la profundidad amarga de sus textos donde rezuman con semejante
dramatismo el dolor personal y el dolor patrio. La feroz amargura de su humor.
Entre estos estuvo José Pulido, quien lo entrevistó acertadamente, pero en una
longitud de onda distinta de ésta que intento.
Eziongeber es
muy popular en el barrio de Facebook donde se mueve. Lo sorprendente es que, a
pesar de que transito con frecuencia las mismas veredas, no lo había visto
jamás hasta que me encontré de lleno con la crónica sobre su abuela bailando
charlestón en el pasillo del hospital donde él, niñito asustado, estaba
recluido. Abuela de altos tacones y abrigo rojo. Abuela que leía y escribía.
Abuela abrazada por los médicos al final de la función. Leí tres veces la
crónica. Visité su muro buscando más y leí y enseguida le mandé un mensaje
solicitándole amistad. O eso que así llaman los facebookhabitantes. Y
conectamos. Buscando razones, nosotros, los racionalistas, encontré la
referencia al Libro de Job: Dios me habló desde la PC ¿has visto el trabajo de mi siervo Eziongeber Chino Álvarez? Échale un
vistazo porque anda por ahí y por ahí, todo disperso y vale la pena agruparlo.
II.
La
imagen
Tengo una foto
de Eziongeber Álvarez Arias. La tomaron, me cuenta, el 30 de marzo de este año
de 2020, día de su 56 cumpleaños. Está sentado en una vieja poltrona
verdeoscuro y mira por la ventana estilo francés a algún sitio en lontananza,
descuidado de la cámara que lo capta. Pantalones blue-jean de los formales,
camisa blanca, zapatos casuales negros, gorra visera en azul, parece que se
hubiera vestido para celebrar informalmente su fecha natal, pero que la
reciente cuarentena lo obligó a quedarse en casa. Una de las manos se posa
sobre la rodilla. Mano fuerte. Dedos gruesos. En realidad, todo él desprende
una solidez que infunde cierto temor. No es un hombre fácil. Es un solitario o
se ha vuelto. La otra mano se posa cerca de la nariz, en actitud quizás
dubitativa. No se ve sino el celaje lateral de la mirada que ve, que no ve, que
piensa, que reflexiona, que quizá no reflexiona sino solamente ve. Que sueña.
Detrás, una pared de ladrillos oscurecidos, un armarito y una pequeña obra de
arte que refleja una mujer con blusa azul. Fuera de la ventana hay una mesita
de mimbre con una maceta que vagamente deja ver una planta violeta.
Prefiero
llamarlo Chino. Eziongeber es el nombre que le dio su padre, vendedor de
Biblias, colportor evangélico, y que representa ¿un personaje? ¿un lugar? En
Google se dice de un lugar legendario, un lugar citado en la Biblia y que
estaba situado sobre el Mar Rojo, en el puerto de Aqaba, suerte de Avalon cuyos
rastros arqueológicos no existen. Le pregunto cómo lidió con la carga de ese
nombre en la escuela y me responde, obviamente, a coñazos. No cabía de otra. Este escritor cumanés pero caraqueño,
o al revés (su voz está llena de los tonos y las expresiones de Caracas, su
cultura cotidiana remite más bien al oriente) tiene una historia compleja, con
múltiples raíces y mudanzas: sus padres, un militante prebisteriano que
provenía de Mundo Nuevo, caserío kariña de Monagas, y una dama prebisteriana
que escribía (y aún escribe: ella es Elisabeth Arias, su mamá, hija de
Francisco Dimas Arias e Ignacia D’Aubeterre) desde la juventud obras de teatro
que fueron presentadas en la iglesia, pasaron por el trance habitual de la
emigración a Oriente. Con su prole de cuatro varones llegaron alguna vez a El
Tigre (-Estudié en la escuela Simón
Rodríguez y vivía en Pueblo Nuevo, en la 6ta. Norte, cerca de los Anderi, precisa, eso fue en 1971) y desde allí se desplazaron por todo el
territorio hasta llegar a Cumaná, ciudad que el Chino reivindica como suya.
-Viví en Caracas hasta los 8. Y me
alegro de que mi papá se arruinara y tuviera que buscar el interior. Ahora
bien, Caracas es una vaina muy jodida. Mucho. Se pueden captar mil cosas en una
sola pasada. Se puede encontrar uno, por ejemplo, a González León en “La
Cachapa” y cotorrear de lo lindo. Alguna vez lo hice.
Porque Caracas
fue el hábitat predilecto de este abogado exitoso y rumbero de postín que
andaba en la búsqueda del ambiente propicio para encontrar una rendija que lo
condujera a su condición escritural. Se metió en esa franja donde viven los
intelectuales caraqueños. O algunos. Ansiaba empaparse de sus vivencias, de su
formación, de sus experiencias, de sus emociones. En la crónica que escribió
sobre su abuela la del abrigo rojo y en la entrevista que le hizo Pulido, él
destaca al niño de cuatro años que entraba en la habitación de la abuela, en
esa habitación donde la abuela escribía y allí encontraba el núcleo de su ser. En
su casa finalmente recreó aquella habitación de la niñez en su imaginario Cuarto de Lo Imposible, donde todo puede
suceder. Algo así como el Hotel California, pero sin drogas ni escapes
fáciles. Algo que, finalmente lo percibió, no tenía que ver con toda la fauna
intelectual que vislumbró. Había allí gente que lo motivaba. Patricia Guzmán y
su misticismo. Rojas Guardia. Pero finalmente entendió que había que asumir la
soledad como amplio compromiso para
cumplir con el otro compromiso. La escritura como una forma de protección ante
un contexto vital bastante rudo y hasta cruel (-Ese niño está allí. Nunca dejé de escribir, aclara)
III.
Las
influencias
Lo que más
insistentemente reivindica es -Estoy
enamorado de la palabra, lo que me atrapa es la palabra. Pero quizá él no
se da cuenta de cuánto es el volumen de ese amor (si el amor tiene volumen,
claro) y cuán importante es para la literatura. En efecto, sus crónicas, sus
relatos, sus críticas musicales, sus reflexiones socio políticas, todo eso que
ha publicado hasta ahora en Facebook, tienen como característica primordial un
manejo literario de la oralidad que no es frecuente en los escritores. En
Venezuela, por ejemplo, se dio el caso de que en los tiempos del Criollismo los
narradores, los novelistas, trataban de captar en sus obras lo que ellos
consideraban el lenguaje de la gente del pueblo, de los campesinos, los
esclavos. Con frecuencia, aquellos escritores de finales del siglo XIX y
principios del siglo XX ni siquiera habían ido, o habían ido de breve visita, a
los escenarios que proponían en sus obras.
Pero desde el
Modernismo los escritores se propusieron (y no solamente en Venezuela) “apropiarse de un lenguaje que sentían como
ajeno y convertirlo en algo más refinado y certero”, un poco parafraseando
a Ángel Rama. Contemporáneamente, ha habido una intención vigorosa por
recuperar la oralidad. Quizás la poesía ha tenido más aciertos en ese sentido:
grupos como “Tráfico” y “Guaire” sellaron de manera magnífica sus trabajos,
especialmente los iniciales, dando mayor frescura a un lenguaje que lucía
anquilosado. Y un poeta como Ramón Palomares consigue maravillas con sus versos
donde se expresa en el tono de su ámbito. Pudiera añadir aquí los poemas de
José Pulido, precisamente. O lo que está haciendo Néstor Rojas en su poemario
reciente, “Alguien enciende una luz”. Coloquialismo.
Desde finales de
los 80, narradores como Wilfredo Machado, Ángel Gustavo Infante y Luis Barrera
Linares incorporaron la fuerza del lenguaje oral a sus obras. Mucho más
recientemente, Eduardo Sánchez Rugeles. Pero, para mí, casos emblemáticos son
los de Golcar Rojas y Enzioberger Álvarez. Y emblemáticos porque pertenecen a
lo que llamo “los hijos de Pocaterra”, es decir: narradores que se asientan con
ambos pies en el mundo real y lo “traducen” por decirlo así, con un lenguaje
irónico: narradores tropo. Hay otro vínculo lingüístico literario que no es
posible obliterar en este contexto: el de Alfredo Armas Alfonzo, quien creó
toda una comarca, La Cuenca del Unare, con sus relatos y el uso sin afectación
del lenguaje de la gente.
[Por lo demás, anoto como
al margen, la fuerza vital de toda la literatura española del Siglo de Oro
radica precisamente en el rescate de las voces del pueblo (la Picaresca,
Cervantes, Lope de Vega, Góngora después, Quevedo) con toda su obscena riqueza.
Eso mismo dio aviso y fundamento a William Shakespeare]
IV.
La
escritura, el escritor
¿Desde cuándo en verdad te sientes
escritor?
-Desde
que entendí que escribir era la mejor manera de comunicarme.
-¿Cuáles autores consideras que
son tus influencias?
-Bueno… en una enumeración caótica,
yo diría que Uslar Pietri, Herrera Luque, Oswaldo Trejo, González León, el
Eduardo Liendo de “Los platos del diablo”. Y de los extranjeros Mark Twain, Melville,
Bradbury, y Camilo José Cela, el de Pascual Duarte, que me impresionó mucho… Yo
soy muy lector y siento que todas esas lecturas me han influido muchísimo. Me
gusta leer. Y leo poesía. Por ejemplo, me gusta Thomas Transtömer:
Creído por nadie va el que vio un géiser,
huido de aljibe cegado, como Thoreau, y sabe
desaparecer en lo profundo de su verde
interior,
astuto y esperanzado.
-¿Ves eso? “Astuto y esperanzado”.
Pero también he leído a Hemingway, a Thomas Mann. Me gusta mucho Andrés Eloy
Blanco. Era como un brujo. Hice un relato sobre su casa, “La Casa de Andrés
Eloy”. Aunque siento que me faltan muchos por leer: Carlos Noguera, por
ejemplo, por las historias de la Calle Lincoln, que es El Callejón de la
Puñalada. Quiero leer otra vez a Andrés Mata. Me gustan mucho los ensayos de
Germán Arciniegas. Escritores como García Márquez y Vargas Llosa, el de
Pantaleón, el de “La Ciudad y los Perros”
-¿Escribes poesía?
-Tengo algunas cosas. Sonetos y
décimas con el tono oriental. Pero me gustan los relatos. Leerlos y
escribirlos. Puedes salpicarlos con lo que quieras. Si lo sabes hacer, quedarán
bien. Pero reconozco que la poesía algo así como una alimentación más íntima.
Por ejemplo, yo me alimento con los poemas de Pulido. Todos los días lo leo,
casi con religiosidad.
-A veces he dicho que hay que leer
poesía todos los días, como se lee la Biblia.
-La Biblia, sí. Tengo una Reina
Valera de Estudio. La Thompson. Con notas explicativas.
Por cierto ¿qué tal tus relaciones
con Dios?
-No son entregadas. Hay momentos
llenos de dudas y acusaciones. Hay otros donde Él parece llevarme a través de
una bahía con cuidado de que no caiga. Más es lo que lo acepta mi corazón que
lo que no.
¿Cómo escribes, cuáles son tus
ritos, tus manías, tus técnicas?
-No tengo manías. Todo arranca con
algo conque me tope. Un detalle cualquiera. Lo guardo y lo destripo, lo edifico
(lo construyo) al menos cuatro veces porque tampoco me interesa tirármelas de
tiquititaqui sino de hacer el clinch sin hacer que decaiga el relato. He vivido
lo suficiente como para saber qué quisiera leer un cumanés, un caraqueño, un
anciano o un niño. Es decir, de lo que se trata es de irme a pasear un rato con
el lector. Diría que el único rito es hacer un texto varias veces hasta que me
guste. Tiene que gustarme, al menos en gran medida. Es verdad que a veces en
las redes sociales, en Facebook, lo que hago es escribir rápido para conectarme
con los panas, interactuar. En realidad, no hay ninguna otra ley que siga,
salvo la de hacerme entender. De expresarme. Me doy con todo porque básicamente
respeto el alma de los demás y hacia ella escribo. Y a la mía. Necesito
comprenderme.
Sin embargo, yo creo que el
escritor tiene un compromiso muy alto. Por eso me parece que hay que escribir
con seriedad (aunque yo jodo el parque mucho) es importante. Muy importante. En
realidad, no sé cómo nace mi escritura: sólo sé que tengo que escribir. Y de
repente quizás haga en el futuro un poemario, una novela, una compilación de
mis crónicas y relatos.
Aunque ratifico que no tengo
manías, escribo de noche, abrigado y con medias. Me distrae el frío. También
escribo de día a veces. Si estoy tranquilo.
¿A mano?
¿A mano qué?
Si escribes a mano.
-Sí, muchísimas veces a mano. En
una libreta. Voy tomando notas.
He visto, por tus publicaciones en
las redes y los comentarios de tus amigos, que te gustan la música y la pintura
-Siempre me ha gustado la pintura.
Me gusta ver con cuidado las obras, internalizarlas, imaginar qué historia
están contando porque cuentan una historia. Siempre. El caso de la música es
igual, aunque distinto. Mis gustos musicales son variados variados variados y
extensos. Me encanta estar recomendando. Y me encanta también sentir que la
música es una construcción, un esquema de belleza.
V.
Publicar porque ya es tiempo
Tengo muchas cosas archivadas:
crónicas, relatos, poemas. Un caudal de cosas que he escrito y publicado principalmente
en las redes sociales, pero que creo que ya es el momento de comenzar a
publicar en forma de libros. Me gusta identificarme con Wallace Stevens, que
también era abogado. Este gran poeta comenzó en serio a publicar después de los
50 años y obtuvo a veces premios y reconocimientos. En verdad, no aspiro más
que a ser leído y leer a otros y seguir escribiendo y publicando. Creo que es
el momento. Yo sé que eso significa asumir riesgos. Riesgos de todo tipo:
económicos, morales, hasta espirituales, pero sé que eso es parte también del
compromiso de ser escritor.
Voy a comenzar por crear un blog
donde vaya sacando de manera más formal lo que escriba y lo que escribí y está
represado en el disco duro de mi computadora. Me he convencido poco a poco de
la necesidad de usar los recursos tecnológicos de edición de libros porque
evidentemente los paradigmas están cambiando. Así que por ahí voy, como si
fuera un Cyrano saliendo de detrás del arbusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario