TEMPO Y DIÁLOGO EN LA POESÍA DE JOSÉ PULIDO
De
manera un poco desafiante me atrevo a decir que la fuerza de la poesía lírica
reside en su tono. Y digo tono en el sentido de tensión. Como la de la cuerda
tensada de la que brota la eufonía. Es un tono que sostiene el que realiza el
milagro de que el poema se tenga en pie, de que, para citar a Hölderlin, algo
permanezca en el instante pasajero. Todos sabemos que incluso aquellos que no
son potas pueden hacer versos, y que estos muy bien pueden gustar, aunque
muchas veces carecen de tono propio.
(Hans Georg Gadamer: Poema y Diálogo)
I.
En
estos días he estado hablando mucho del tempo.
Aunque el de tempo es un recurso más relacionado con la música, se aplica
también a la construcción de otras obras de arte: la pintura, por ejemplo, y la
literatura. De hecho, en el DRAE se define como ritmo, compás y se relaciona con las acciones que componen las
historias (en teatro, en cuento, en novela y ¿cómo no? en poesía) El tempo es,
en específico, la velocidad en que debe interpretarse una obra. En música,
desde el siglo XVIII, se representa con signos italianos en la partitura y van
desde lo más lento: grave, adagio, andante, moderado, hasta lo más rápido:
vivace, presto, prestissimo.
Así
que la percepción de Gadamer, el padre de la Hermenéutica, de asentar la fuerza
del verso lírico en el tono se vincula semánticamente con la idea del tempo,
del ritmo, del compás.
II.
Desde
hace varios meses he practicado la costumbre de leer diariamente poesía. La
poesía alivia mi espíritu exaltado, me conduce a la reflexión sobre esa razón
de la existencia que trasciende de los problemas cotidianos: la falta de
alimentos, de medicinas, de gas, de dinero en efectivo para pagar los pasajes,
las angustias de mis vecinas que son viudas blancas. Todo eso. Para mi
comodidad de almacenamiento, creé en Facebook el grupo “Poesía y Lecturas de
Poesía” que, por supuesto, se transformó paulatinamente en una especie de lugar
de encuentro de varias publicaciones poéticas, generalmente moderadas por mi
arbitrariedad.
Es
un lugar para abrevar en los versos de otros que tan gustosamente los entregan
en el muro abierto. Allí guardo textos que me gustan mucho. Alguno de sus
autores han muerto o se han autoexiliado del mundo de Facebook. Pero allí
están, al alcance de mi mano. Y los busco de cuando en cuando. He manejado la
idea de hacer una Antología con lo que hay en el grupo, pero la pereza intelectual
y/o la falta de tiempo, me han impedido acometer una tarea que, además, es
ardua. Tengo la esperanza de que algún estudiante acucioso de una de las
Maestrías que por aquí surgen se decida a acometer esa tarea. Reconozco que
tengo una deuda con algunos poetas que me han confiado sus obras. Con Jean
Aristeguieta, por ejemplo. Y con Elena Vera. Por lo demás, no tengo las
competencias necesarias: soy una lectora de poesía. Una lectora aún inocente, y
en verdad no quiero perder mi inocencia.
III.
Sin
embargo, las circunstancias me llevaron a fijar mis focos de atención en la
poesía de José Pulido, venezolano de Villa de Cura. Pulido es periodista. Sus
entrevistas son totalmente legendarias en el medio. Y, dado que entrevista con
mayor fruición a escritores, yo moría porque me entrevistara. Obviamente, nunca
se lo pedí. No me hubiera atrevido, pues, periodista como soy también, he sido
bastante celosa de mi libertad de entrevistar a quien yo desee y reportear lo
que me interesa particularmente. Y eso, desde siempre. Un día, mi anhelo se
cumplió y yo, feliz. Pulido es un tipo sumamente generoso. Una especie de
maestro zen pero sin el rechazo a la sensualidad del cuerpo y de alma. De esa
serenidad sensual se nutre su poesía.
Pero
decía que me fijé en su poesía. Una de las principales características que he
observado, a través de la lectura de más de 100 poemas publicados en Facebook,
generalmente acompañados de hermosas fotografías u obras de arte, es que son
textos poéticos que podrían haber sido concebidos como prosa. Un texto puede
ser concebido como prosaico y percibido como poético (o al revés) señala una
teórica de la interpretación del texto poético, como Helena Beristain. La
poesía de Pulido, sin dejar de tener esa condición lírica que da el lenguaje usado
como tropo (es decir, el lenguaje
donde predominan la sinécdoque, la metáfora y la metonimia: y créanme que no me
propongo explicar qué son esos vocablos) que es característico de la poesía, narra eventos y acontecimientos.
Hay
un poema, que recojo en esta Antología
que decidí hacer. Para mí. Para mis nietos. Para el Chino. Para que todos los
que accedan a ella, que es, naturalmente, arbitraria, sientan que es un
Breviario, un Libro de Oraciones. Hay un poema, repito, que además de gustarme
mucho porque me siento como el personaje del mismo, ilustra lo que digo del
texto: éste fue concebido como poético y se lee como prosaico:
(Lo que mi madre quería)
A mi
madre le bastaba una taza de café
para mantenerse activa en el sueño y la verdad
creo que podía estar un año sin morirse ni entristecerse con apenas tener una
taza de café en su mano derecha pequeña y delicada a duras penas
Pero
jamás sabré a ciencia cierta qué preferían sus gustos ancestrales
resguardados como joyas en su particular espíritu
que se intuía como una racha antiquísima de vapores vegetales
Ella
solo hacía cosas para los demás
hervidos, frituras, dulces de lechosa, de cabello de ángel, guarapos de
llantén, emplastos de sábila
remedios para el asma y para el pasmo
Su
jardín era una posesión tan adorada que sembraba sin parar hasta preguntarse a
veces qué mata será esta
Sé que
le encantaba vivir
aunque casi nunca la vi celebrar algo porque trabajaba sin horario
y se dedicó a morir lentamente a los 94 años de edad aferrada a un enorme
corazón
hinchado de bondades y por la picada de un insecto
que la conoció en su juventud y no resistió la tentación
No sé
qué le gustaba más de la vida
pero cuando estaba sola
cantaba y bailaba
una vez la descubrí desde una rendija
y pensé en el acto qué canción será esa
Siendo
una niña tiempo atrás lejano
con un cielo más nuevo que el de ahora
de un tosco frescor el aire entre los vientos
y un sol más libre jineteando lomos
-Juegos
y espejos, reflejos de agua yéndose,
charrasca del universo entre las piedras,
filigrana de ilusiones con ganas y sin ganas,
largavista para verse los dedos,
arpa de vidrio frío para callarse la cara-
Le
gustaba pescar en los arroyos
que la gente consideraba ríos
pescaba con sus manos esos corronchos negros de hacer sopa, corronchos feos,
feos, feos y tan sabrosos
ella cocinaba desde que tenía uso de razón
y bailaba y cantaba cuando estaba sola
(Lo leo
escuchando el Cuarteto en sol mayor para
cuerda, de Beethoven)
Hay una gran fuerza
en esos recuerdos… Una gran ternura en esa narración… Y, además, está la imagen
de ese personaje: esa mujer que tomaba café, que pescaba corronchos en el río,
que cocinaba rico y que cantaba y bailaba cuando estaba sola. El poema es un relato.
IV.
Gadamer
dice que todo poema es afirmación. Un discurso que da testimonio de sí mismo, y
aun sin el beneplácito judicial. El
poema es un texto que, por su prístina
esencia, es inamovible. Pero en ciertas oportunidades, establece un diálogo con
el que lo lee. Es cuando tiende a entenderse con el otro: a ser entendido por
el otro: a establecer una vía donde entenderse con el otro es la manera de
entenderse a sí mismo que tiene el poeta.
Los
poemas de Pulido son una forma de diálogo. No en el sentido de dirigirse a un tú. Son un diálogo implícito. Gadamer
plantea que poema y diálogo, cuando se dan en un discurso, se sitúan
extremamente el uno frente al otro: el poema adquiere existencia como
literatura y el diálogo rescata el
fulgor del instante: uno es morfosintaxis y el otro, semántica. La omnipresente
Gramática.
V.
EL POETA
¿Adónde creen que
se ha ido el poeta?
¿Al humus negro de
la tierra que se come todo menos las raíces?
¿a la pulpa de
papel donde los insectos harán cavernas hasta el fondo de sus palabras?
¿Ha ido a los
lugares periféricos que mantenía descritos como la dirección de habitación de
Dios?
¿Se ha marchado
hacia la negrura del olvido que alimentan quienes nunca lo leyeron ni
conocieron sus anhelos importantes?
No. El poeta se ha
ido al lugar donde se colocan las lámparas
donde se destilan
como rocío de agua bendita las cuentas espirituales
Ha ido a sentarse
en la mesa redonda donde un grupo de almas parecidas a la suya protegen la
semilla del país
Esos seres que se
van sin soltar las amarras
han sido tan útiles
que dejan lo mejor de ellos en este lado
ya sabes lo que
dejan: obras preciosas que nadie ama de buenas a primeras, que nadie cree
necesitar, pero que a la larga contienen la fertilidad salvadora
En Ulises, el señor
Bloom medita:
El lenguaje de las
flores. A ellas les gusta porque nadie puede oírlo.
y el poeta se
quedaba pensando
en una flor que
seguramente vaciaba su perfume
mientras él
avanzaba
Y
en este precioso poema no es que se delinea un Ars Poetica, como suele suceder. No. Es otra cosa: una declaración
de fe, pero también de esperanza y de caridad.
Esos
seres que se van sin soltar las amarras
han
sido tan útiles que dejan lo mejor de ellos en este lado
ya
sabes lo que dejan: obras preciosas que nadie ama de buenas a primeras, que
nadie cree necesitar, pero que a la larga contienen la fertilidad salvadora
Luego, al final,
está la referencia narrativa. No un relato explícito, sino el señor Bloom que
vaga en nuestra imaginería por el Dublín neblinoso pensando en las flores.
y
el poeta se quedaba pensando
en
una flor que seguramente vaciaba su perfume
mientras
él avanzaba
VI.
Dividí
la Antología en dos partes: Los espacios del adiós y De amores será. En la primera de las
mencionadas, incluí poemas que se refieren a los aconteceres de nuestra vida.
En la segunda, los poemas de amor que reflejan toda una vida consagrada a ser
uno con otros: esposa, hijos. Ignoro si
los poemas escogidos son los mejores, o no, de los 100 que he recogido. Ya
mencioné las limitaciones de mi competencia. Sólo diré que esos fueron los que
más me agradaron, los que más me hablaron en esas horas matinales en que
acostumbro leer a Pulido. Leer poesía para, como dice el grafiti, parar de sufrir.
El Tigre, 28 de
septiembre de 2020
EL SIGNO DE LOS TRES ROJAS
(ARMANDO ROJAS GUARDIA, GOLCAR ROJAS, NÉSTOR ROJAS)
(Proverbio chino)
Peirce nos enseñó que no es cierto en
absoluto que todo acontecimiento esté “determinado por causas conforme a una
ley”, ya que, por ejemplo, “si un hombre y su antípoda estornudan al mismo
tiempo, esto es simplemente lo que llamamos coincidencia”
(Umberto Eco y Thomas Sebeok:
Prólogo a “El Signo de los Tres”)
I.
«Números
mágicos y sonidos persuasivos»,
Llevo días pensando en la manera de enfocar un acercamiento a
tres escritores venezolanos que me han dado el tono adecuado para entender la
peste que vivimos, transmitiéndolo a esa música de palabras que termina siendo
la Literatura. Ellos son, coincidentemente, todos de apellido Rojas, y a eso me
he referido al tomar como epígrafe la cita de Eco & Sebeok sobre Peirce: no
hay coincidencias.
Los escogí, ya lo dije, por sus
acercamiento a la pandemia y sus consecuencias, pero también porque ciertos
elementos los unen: son venezolanos, son mis amigos, son ubérrimos, en el sentido latino del término: fructíferos en extremo
y se expresan de múltiples y varias formas: Armando Rojas Guardia es poeta y
ensayista; Golcar Rojas es, sobre todo, cronista y narrador, aunque a veces
también ensaya; Néstor Rojas es poeta y pintor. Decidí analizarlos, aunque este
término me parece pomposo, porque la brevedad autoimpuesta me hace rechazar la
noción de análisis, en orden alfabético, que es intercambiable.
No me es costumbre incluir
ilustraciones en los textos, aunque me agradaría hacerlo. Manuel Bermúdez, muy
querido y respetado profesor y amigo, me previno contra esa tendencia, pues
decía que la literatura no necesita muletas. Y en fin… no siempre he hecho
caso.
En algún momento me he divertido,
en sentido estricto, dirigiendo la atención de un posible lector del cauce
temático principal hacia la descripción de una imagen. Por ejemplo, digo,
escribo: en primerísimo plano, en azul,
una esfera sembrada de alguna especie de hongos, extraño planeta, se destaca
contra el fondo difuminado de otras esferas similares bañadas en una luz
púrpura. Y ya los niños han dibujado tanto el coronavirus, la coronachina
con que se matan varios pájaros a la vez, que pocos temen. Y no importa. Pero
escogí más bien un cuadro de Néstor Rojas para enfocar peircianamente (con toques de Bajtin) este ensayo conque me
divierto en plena noche de cuarentena. Y afuera llueve. Cae la lluvia
largamente ansiada. Mi huerto se estremece de gozo, estoy segura. Los gatos, en
cambio, ven frustradas sus cacerías nocturnas. Muchos sufren por el temor y el
estrés de las goteras e inundaciones. Mañana se sabrá.
II.
Armando
Rojas Guardia
*
Afirma Armando: La pandemia nos devuelve, aun sin nosotros
voluntariamente pretenderlo, al sentido cósmico de la existencia. Y pasa a
la revalorización de la experiencia de la peste apelando a los argumentos
filosóficos y religiosos a los que apela siempre un místico como él. Fue mi
primer acercamiento comprensivo, tolerante y respetuoso. Porque ya no era yo la
que sufría o podía sufrir la enfermedad. Porque a la hipertrofia del individuo
que la cultura había desarrollado en mí y en todos nosotros se oponía de repente la globalización del
miedo y del sufrimiento. Así, en palabras de Armando: el hecho súbito de que una pandemia, globalizada en medio de nosotros
como nunca antes, nos conecte con ese asombro metafísico (el amor de Dios por
Su creación) constituye una lección moral desde ahora y para siempre inolvidable.
**
Conocí a Armando en 1985. No
recuerdo cómo: porque él ya tenía fama por haber pertenecido al Grupo “Tráfico”
que, junto con “Guaire”, habían dado un “refrescamiento urbano” a una poesía
que navegaba entre el exagerado formalismo de los 70 y el costumbrismo agrícola
tan persistente. En aquellos días no eran fluyentes las relaciones entre
diversas capillas literarias y yo, personalmente, carecía de un background caraqueño o lo que fuera y
era más bien parte de “el perraje”.
De alguna manera, comenzamos a
reunirnos Néstor y yo con Armando, Alberto y Miguel Márquez, Gonzalo Ramírez, Lulú
Giménez, a veces en Sabana Grande (éramos pobres, lo que no nos impedía
compartir una pizza) o en casa de Alfredo Chacón y Luna Benítez. De aquellos
tiempos recuerdo dos obras maestras de Armando: “El Dios de la Intemperie”,
precioso libro de ensayos y “Proserpina”, un magnífico cuento.
***
Otro texto de Rojas Guardia, “El Universo es Ítaca”
nos insiste en la imperiosidad de vivir la peste como un episodio global: “En momentos de depresión y melancolía
radicales todos hemos sido protagonistas de la experiencia infernal de
sentirnos exiliados del mundo. No hace falta ser un feligrés católico del siglo
XIV, el instante histórico en el que se compuso esa plegaria, para experimentar
la realidad del universo, dentro de algunas ocasiones neurálgicas de nuestra
vida, en consonancia con el imaginario desplegado por el "Salve,
Regina": "(...) aquí suspiramos gimiendo y llorando en este valle de
lágrimas (...) los desterrados hijos de Eva". Son momentos de existencial
desarraigo, de extranjeridad casi ontológica, sensible, medular (…)Y sin
embargo... Como Ulises, aunque no lo sepamos, aunque pretendamos no saberlo,
aunque vivamos psíquica y espiritualmente dormidos, estamos en Ítaca, nos
encontramos en nuestra única patria, en el origen y la meta de todo el viaje
repleto de maravillas, asechanzas y peligros que emprendimos al venir a este
mundo.
Y en los dos textos aquí revisados están los mismos
postulados: aunque no lo podamos entender, el Mal, esa saña desatada sobre Job
y que ahora nos toca, es parte del amor de Dios; la pandemia debe devolvernos
el sentido cósmico de la existencia, “el
espanto y el gozo de sabernos integrados a magnitudes que existen más allá de
nuestro parcelamiento individual”, y debemos asumir que cualquier salvación en este
tiempo de pandemia pasa por el deber, mejor dicho, la obligación de amar.
III.
Golcar Rojas
*
La mirada vivaz y atenta, la
media sonrisa irónica y la exuberante vegetación, seguro atendida por él mismo,
definen a Golcar Rojas, a quien quiero, y respeto, y admiro, y conozco “de
vista, trato y comunicación”, como se dice, desde hace diez años (y puedo dar
fe de su bonhomía) aunque jamás nos hemos visto en persona y probablemente jamás
lo haremos. Ese es uno de los prodigios de las comunicaciones modernas, es
decir, cómo las TIC y las redes sociales construyen relaciones.
Empecé siguiendo sus crónicas por
Facebook, llenas de un humor tan amargo como el zumo de limones y penca de sábila
(pero mentiría si no mencionara que su gata, Charlie, tuvo mucho que ver en la
elaboración de la empatía) Me maravilló su capacidad para reflejar
literariamente los lenguajes del entorno. Como muy pocos escritores pueden
hacer, sus personajes se construyen básicamente del discurso.
Y si bien alguna vez lo comparé
con José Rafael Pocaterra, me quedé corta. Porque aunque ciertamente él
pertenece a esa estirpe de burlones y paradójicos, hay elementos nuevos que
aporta: el ya comentado manejo del lenguaje, la mirada periodística (esa
perspicacia que permite sacar de un evento el tuétano, lo esencial, y
escribirlo, cualidad que comparte con Milagros Socorro, con José Pulido, con
Albor Rodríguez, con Eloi Yagüe, y con John DosPassos, si a ver vamos) y su
capacidad para evadir los sentimentalismos.
**
En el resumen “biográfico” al
final de “Historias de Tía Amapola – Teatro para armar” (2017) Golcar
dice, además de que escribe para divertir lo siguiente: “A veces con humor, otras con drama, mis historias siempre tiene
impregnada la marca del ser humano, de la vida humana. Mi vida es una constante
lucha diaria contra los prejuicios. Mato uno y aparecen diez, pero sigo
combatiéndolos y escribir también me ayuda en esa batalla.”
Reconozco que su novela “Te
voy a llevar al cielo“ (2015) me chocó en la primera lectura. Una
segunda lectura, un año después, me sirvió para decantar los prejuicios, captar
la atmósfera, aislar la novela de sus implicaciones en la historia venezolana
moderna y verla como la buena obra de ficción político-policial que es. Después
de eso leí los “Textos de la concupiscencia cotidiana” (2016) que tiene
algunos relatos buenos. Pero me parecen admirables los cuentos de las “Historias
de Tía Amapola” (sin la versión teatral) y los “Textículos del Revolucionario”.
***
Golcar está viviendo fuera del
país. Como tantos compatriotas, trata de reconstruir su vida trabajando e
invirtiendo en otro lugar que le garantice lo necesario y un poco más, es
decir, el cumplimiento de las escaleras de Maslow. En la pandemia ha venido
publicando por Facebook las crónicas de cómo él sobrevive a la cuarentena, cómo
la sobreviven los otros alrededor y cómo percibe él, esta vez muy seriamente,
la situación económica y social del país donde está y de éste. Porque haberse
exiliado no le borra la memoria. Además, ha vuelto a publicar las historias de
la Tía Amapola, que son narcoliteratura (esa clasificación) pero algo más.
IV.
Néstor
Rojas
*
Miro las vitrinas apagadas de
los mercaderes
Sonrío de oreja a oreja porque
nadie me ve
Sé que el mundo ahora es una
angustia confinada
a punto de estallar
Lucha por sobrevivir
Por eso no se deja ver
Apenas si se oyen, escondidos,
sus latidos
Este es el poema “Sigo
escondido”. Los poemas de Néstor Rojas, a pesar de su aparente espontaneidad
reflejan una mesurada obsesión por la construcción y la obtención de
sonoridades extremas. Cuentan que Nikola Tesla, el servio que puso muchos de
los cimientos para utilizar la energía eléctrica, le daba en sus paseos
vespertinos tres vueltas al edificio de su laboratorio. Cercano a Pitágoras,
este Rojas se devana buscando en la perfección del número: a) el silencio de la
montaña y b) la música de las esferas.
Pues, contra toda apariencia, percibo y sé que este poeta es un pitagórico. Más
apolíneo que Dionisíaco. Órfico, también.
**
Quizás me desautorice un poco
para hablar de su trabajo haber sido compañera de viaje de Néstor Rojas durante
16 años. Lo conocí cuando él tenía 24, con muchas de las huellas de la niñez
frescas. Era un hombre que buscaba, a veces desesperadamente, su camino, que él
intuía distinto del que parecía obligado a seguir. Yo fui una especie de trocha
para salirse hacia espacios más amplios donde podía construir sus propias
sendas o transitar por las ya construidas que condujeran a destinos diferentes.
La historia comienza en un
tiempo que ya no existe:
Estuviste ahí,
en el mismo cuarto casi en
penumbra,
donde escribiste garabatos en un
cuaderno
arrasado por los años
(Del libro “Enciende una luz”)
Así que presencié su evolución.
Órfico ya era, y Manuel Bermúdez lo puso en el camino de Díaz Casanueva y Olga
Orozco. Y de Rilke. Íbamos a la Biblioteca “Simón Rodríguez”, de Caracas y allí
él se sumergió en la lectura de poetas y teorías de la Poesía. Al poco tiempo,
y con la ayuda de Roger Michelena,
conseguí allí un empleo que nos permitió cierto desahogo económico: paseos por
Sabana Grande e idas al cine, plata para comprar papel, cinta de máquina y
sacar fotocopias para enviar a concursos los libros que producíamos (porque la
disciplina de Néstor y su tenacidad para lograr los objetivos de su obra
tuvieron su efecto en la mía: y no competíamos él y yo pues éramos “compañeros
de jardín”, como dice Rilke) Crecimos, pues, en aquellos días de la segunda mitad
de los 80, con la mirada puesta en viajar dentro y fuera del país. Recibió
Néstor especiales apoyos del poeta Luis García Morales y de Gustavo Luis
Carrera. Y ambos lo recibimos de las sopas solidarias de Saúl Rivas Rivas.
Así que sí, como si fuera en mi
actual semillero, yo vi nacer sus primeros poemarios: “El Diario del Fulmar”, “Friso de
Máscaras”, “Salmos Testimoniales”, “Transfiguraciones”. Siempre supe
que era un gran poeta y sólo hice cuanto pude y mientras pude para nutrir su
potencial.
***
El pálido sol de abril blanquea
los recuerdos
El olvido es el viaje hacia el
despojo. Todo es frágil en las fauces del tiempo, hasta el amor.
La soledad es el verano más
seco.
......................................
Metáfora de la otra cosa
El fondo de la palabra es el
sentido. El trasfondo del recuerdo, el pasado. El alma es la memoria, que el
olvido no puede destruir, aunque lo borra casi todo, definitivamente.
(Del libro inédito “Fragmentarios”)
En días de peste, ha aparecido en
España el poemario “Alguien enciende una luz”.
Que es diálogo, increpación e invocación. La segunda persona contribuye a
reforzar esas características que, a la vez, refuerzan el atroz sentimientos
del emigrado, del que al perder literalmente su país siente que ha perdido
todo: la casa, el fantasma del padre, los nombres de los otros muertos
familiares, la impresión de un espacio irrecuperable del cual sólo quedan
memorias y no compactas. Es un bellísimo homenaje a la raíz patriarcal que nos nutre.
Es un bellísimo libro, con una ventana en la portada. La foto es del poeta, que
ha venido desarrollando una visión con sentido plástico.
Confieso que al principio fui
escéptica ante sus esfuerzos estéticos en artes visuales. No creo habérselo
dicho ¿para qué lo haría? Hoy, aprecio
en esas líneas irregulares y esos colores
vivos o difusos una perspectiva diferente de la poética. Tal vez
buscando el equilibrio son imágenes pictóricas más dionisíacas que apolíneas,
Las fotografías en cambio conservan el rigor de la armonía.
Y este poema que transcribo para
cerrar habla de los prodigios cotidianos (es un poema muy visual, casi como un
cuadro) que se ven desde las ventanas de esta prisión llamada cuarentena y que
nos salvan:
La llovizna moja la ventana del cuarto.
Desde aquí no veo los naufragios de las
migas del pan que quedaron en la mesita del pasado,
pero si las auras de las nubes cargadas de
oscuridad.
Vivo pendiente de los milagros de la vida y
eso ya es bastante.
Detrás de la pared suceden eventos
insospechados.
Tal vez la magia inalcanzable se asome al
balcón y desde allí
lance al aire las burbujas de los nuevos
días que vendrán.
Algunas se romperán antes que el soplo de la
ilusión las hagas volar.
Otras más grandes, iridiscentes como huevos
del instante,
se llevarán lo que ella piensa o sueña, casi
al borde del vacío.
Del otro lado, asomado al mirador del cielo,
como quien descubre
la misma almendra del miedo en los ojos de
la inocencia,
veo el sol caer entre las ramas.
No podré preservar en el fondo de mi corazón
sus hilos de oro.
Pero llevo su biblia debajo del brazo como
un mandato
donde el destino ha escrito mis sueños.
SOBRE EZIONGEBER ÁLVAREZ ARIAS
https://actualy.es/recuerdos-y-amores/eziongeber-1/
I.
Lo que a mí me
impresiona de los relatos y las crónicas de Eziongeber Álvarez Arias, el Chino,
es su manejo del lenguaje común de la gente que anda por ahí, pero mezclado con
un contenido lleno de seriedades y reflexiones profundas. Cuenta las cosas que
suceden en nuestro entorno. Nos pone ante los ojos la realidad circundante que
tantas veces percibimos y no ahondamos. Él es un poco, para meterlo en su
contexto, como el Conejo de Alicia que va iluminando fragmentos de vida que
son, en suma, la vida. El asunto es que lo hace con tesitura de humor, lo que
al lector tiende a facilitarle la cosa cuando lo acepta, a veces sin
profundizar en un contenido que, por sabido, le parece insignificante. Que por
leído así, entre risas, le parece una humorada, algo superficial que, no
obstante, se le queda pegado a la conciencia como una mancha de aceite. Al
Chino lo llaman humorista. Y lo es.
Pero todo humorista, desde Groucho Marx hasta Cantinflas, desde Aristófanes a
James Joyce, y todos los que en el mundo han sido y serán: Job Pim, Cabrujas,
Padrón, usan la burla, la paradoja, la ironía, el chiste, el chisme, como un
Caballo de Troya para penetrar (nos) la mente con la realidad tan dura y
escabrosa y reventarla.
II.
Eziongeber
Álvarez Arias nació en Caracas en 1964 y luego creció en el Oriente de
Venezuela, que, como él dice, tiene otro
color. Es abogado desde 1987 y ejerce en el ámbito penal. Entre unas y
otras andanzas, aprendió el difícil arte de escuchar e interpretar. Uno de sus
grandes méritos es ése: es un hombre que escucha. Otros grandes méritos le
vienen de los genes, y de las abundantes lecturas que lo nutren. Tal vez no las
exquisitas, ni siempre las que deberían, pero de que son nutritivas, lo son. Y
el otro mérito se refiere a la valentía personal con que enfrenta y critica la
situación política y social de su entorno y del país. Critica sin cortapisas,
sin limitaciones. Suelta la palabra así
rompa el cielo. Y eso, sin dudas, le habrá valido conflictos, pero no
importa… Como decía Alí Primera, tan injustamente salpicado del excremento
ideológico de la tiranía, échala/ tu palabra
contra quien sea/ pero dila ya.
III.
Así que allí
están las crónicas y los relatos y las décimas poéticas. A algunos les es
difícil aceptar las tan fuertes expresiones, tan alejadas de lo académicamente
correcto, con las que construye su obra. Y es bueno recordar que esas son las
que han dado fuerza y esplendor a la lengua (a las lenguas) a lo largo de los
siglos. Yo lo siento a él cercano a Quevedo. La misma irreverencia. La misma
sequedad. Por la lengua, digo. Lo siento cercano a la tradición de la Picaresca
española. A Cervantes. Al Siglo de Oro. O a Shakespeare, pero el del Sueño de una Noche de Verano. Él se
quiere acercar a Lewis Carroll, y está bien. Y dentro de este país, lo veo en
el linaje de José Rafael Pocaterra, como ya lo he dicho. Un modernista irónico,
característica que comparte con Golcar Rojas. Pero con un lenguaje más económico en términos de la dimensión,
del uso de los adjetivos y de cierta eficacia, claro que indiscutiblemente
potenciada por las redes sociales donde ha habitado en los últimos años.
IV.
En fin, que
estamos ante la presencia de un escritor que vamos descubriendo poco a poco. Y
en la medida en que lo descubrimos, entendemos que hay más capas en su
escritura de lo que pensamos.
27 de septiembre
de 2020
ALBERT CAMUS – LA PESTE
(En tiempos de pandemia)
I.
Comencé con ánimo poco dispuesto
la relectura de “La Peste” (1947) de Albert Camus. Hace tiempo dejé de leer a
este escritor, que tan caro me fue en mi adolescencia. En esta novela,
influenciada por la filosofía del absurdo de la existencia, el autor reconoce
el valor de los seres humanos ante los desastres. El novelista, convertido en
cronista, comienza a registrar la aparición de ratas muertas. Con una técnica
impresionista (no puedo menos que pensarlo así y me remite al “Bolero” de Ravel)
va envolviendo los hechos desde los más sencillos a los más complejos. A medida
que se avanza en la lectura, uno se siente inmerso en la peste, en sus hedores,
en sus bubas, en sus incendios, en la incapacidad del hombre para controlarla,
en su impotencia, pero también en la valentía de los que eligen combatirla: los
médicos, las fuerzas públicas, los grupos voluntarios.
En efecto, la peste logra extraer
lo mejor de los seres humanos. Inclusive cuando la plantea uno de los
personajes como castigo divino (y aquí surge el tema de la tribulación, aunque
no explícito) se deja sentir una especie de admiración. Sin ser estrictamente
polifónica, cada personaje, cuidadosamente presentado, se convierte en hilo de
la trama: sus angustias, sus deseos, sus dudas, todo queda plasmado en el
lenguaje que se va volviendo álgido y caótico. Yo andaba escribiendo un cuento
llamado “Tribulación” antes de llegar a la mitad de “La Peste”. Ya no podré
terminarlo, abrumada como estoy por la lectura de una obra maestra. Para
muestra…
''Si hoy la peste os atañe a vosotros es que
os ha llegado el momento de reflexionar. Los justos no temerán nada, pero los
malos tienen razón para temblar. En las inmensas trojes del universo, el azote
implacable apaleará el trigo humano hasta que el grano sea separado de la paja.
Habrá más paja que grano, serán más los llamados que los elegidos, y esta
desdicha no ha sido querida por Dios. Durante harto tiempo este mundo ha transigido
con el mal, durante harto tiempo ha descansado en la misericordia divina. Todo
estaba permitido: el arrepentimiento lo arreglaba todo. Y para el
arrepentimiento todos se sentían fuertes; todos estaban seguros de sentirlo
cuando llegase la ocasión. Hasta tanto, lo más fácil era dejarse ir: la
misericordia divina haría el resto. ¡Pues bien!, esto no podía durar. Dios, que
durante tanto tiempo ha inclinado sobre los hombres de nuestra ciudad su rostro
misericordioso, cansado de esperar, decepcionado en su eterna esperanza, ha
apartado de ellos su mirada. Privados de la luz divina, henos aquí por mucho
tiempo en las tinieblas de la peste."
Camus nació en Mondovi
(actualmente Drean, Argelia), el 7 de noviembre de 1913, y estudió en la
Universidad de Argel. Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una
tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba
obras dirigidas a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y
viajó mucho por Europa. En 1939, publicó “Nupcias”, un conjunto de artículos
que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se
trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir.
Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa
contra la ocupación alemana y, de 1945 a 1947, director de Combat, una
publicación clandestina.
II.
PABLO CARALPS - GRIPE MORTAL
Otra reseña que quiero hacer es
la de “Gripe Mortal”, de Pablo Caralps. No es un texto impresionante y a veces
es demasiado prolijo en ciertas acciones que pudieran resolverse más rápido,
pero más allá de sus características literarias, es interesante, vistas las
circunstancias que estamos viviendo, la historia que se plantea: el propietario
de una empresa farmacéutica se enfrenta a una inminente bancarrota. Como acaba
de heredar la empresa y es inexperto en esos asuntos, por una parte busca
reafirmar su imagen de jefe ante accionistas y personal, y por la otra se
desespera, pues no quiere perder sus riquezas y posición social. Un amigo, Luis
Cáceres, ex compañero de estudios y consejero, le sugiere un plan para salvarse
de la quiebra: robar el virus de la Gripe Española y trabajar con él para
obtener una vacuna y antigripales. Para ello, además, deben infectar con el
virus varios países, lo que los pondrá en posición de ir a la Organización
Mundial de la Salud y ofrecer sus productos, que fingirán haber estado
estudiando desde hace años como una especie de ejercicio de laboratorio. Y así
lo hacen.
EL ARDOR DE LA SANGRE
Maravilladamente, estoy leyendo “El ardor de la sangre”, de
Iréne Nemirovsky, siguiendo las recomendaciones de Luis Guillermo Franquiz.
Antes de comenzar, tenía las dudas que siempre me produce la narrativa francesa, que considero morosa, lenta como un
río de llanura. En su momento leí a Proust. Todos los tomos de “En busca del
tiempo perdido” y me fascinó. Lo releí luego en 2015 durante el mes de
vacaciones navideñas que pasé en casa de mi nuera Lissette González, con menos
fascinación. Me costó muchísimo leer a Patrick Modiano, De hecho, leí sólo “La
calle de las tiendas oscuras” y “La trilogía de la ocupación” para que no se
dijera. Hay tipos que me gustan, como Le Carré, porque es muy periodístico. Por
supuesto, Sartre, por razones obvias generacionales. Y me gusta mucho la poesía
francesa. Estoy terminando en estos días la trilogía de “Las Grandes Familias”,
de Maurice Druon, por dos razones: leí en mi juventud toda la secuencia de “Los
Reyes Malditos”, que me inició en el gusto de las novelas históricas, y cuando
estoy muy aburrida prefiero leer novelas secuenciadas o sagas. Así que, con
temor y temblor, comencé la novela de Nemirovsky, apenas 65 páginas de pura
energía narrativa y le eché un vistazo a la “Suite Francesa”. Pero antes leí en
el Prólogo una biografía de la
novelista que me impresionó por el drama que fue su vida y la tragedia que fue
su muerte.
DE “EL REINO”,
DE EMMANUEL CARRÈRE:
“De la misma forma, alguien
que en el primer siglo de nuestra era no tenía ganas de creer que el mundo se
encaminaba hacia su fin inminente no era un cliente para Pablo. Ignoro hasta
qué punto está disposición estaba extendida en aquella época. Me parece que hoy
sí lo está. Si me refiero a lo que conozco –mi país, mi pequeño ambiente
sociocultural–, me parece que mucha gente piensa, de forma difusa pero
insistente, que por todo tipo de razones vamos derechos hacia el desastre.
Porque ya somos demasiado numerosos para el espacio que se nos concede. Porque
partes cada vez más grandes de este espacio, a fuerza de saquearlas, están a
punto de volverse inhabitables. Porque disponemos de los medios de
autodestruirnos y sería sorprendente que no los utilizáramos. A partir de esta
constatación se forman dos familias de pensamiento (…) La primera familia, a la
cual pertenezco y que es de la franja moderada, piensa que nos dirigimos quizá
no hacia el fin del mundo, sino hacia una catástrofe histórica mayúscula que
acarreará la desaparición de una parte apreciable de la humanidad. La gente de
esta capilla no tiene la menor idea de cómo sucederá esto, de en qué
desembocará, pero piensa que si no ellos, sus hijos estarán en las primeras
filas”
I.
Comencé a leer “El Reino” con la intención de
constatar la posición de un escritor que se confiesa agnóstico sobre el
cristianismo paulino. Eso creo. Carrère es un narrador que me gusta mucho, una
especie de periodista-cronista-novelista que no logra encuadrarse en ninguna de
esas definiciones de género. Independientemente de eso, se documenta
puntillosamente de todo cuanto escribe y eso le da, inclusive cuando entra en
la ficción, una fuerte veracidad a sus palabras. Además, generalmente incluye
sus vivencias, sus testimonios personales, y aunque eso puede erosionar la
veracidad antes mencionada, esas incursiones en las dudas, depresiones y
exaltamientos (por lo demás muy latinas) proporcionan a sus textos un tono que
pudiera ser adictivo si no fuera porque a la larga se vuelve agotador.
En fin, los que me leen saben que soy cristiana. Hasta
donde puedo serlo, claro, es decir, no sin preguntarme cosas, no sin tener
algunas dudas. Estoy enamorada de Jesucristo, de su cualidad esencial de
persona distinguida, Renan dixit, me
refiero a los dones de su amor, de su sonrisa, de su generosidad magnífica, de
su piedad. Aunque reconozco que me llevó veinte años aceptar conscientemente
ese enamoramiento, cuando lo hice comenzó mi restauración interior, que es work
in progress just now. Él es mi confidente, mi amigo más íntimo y leal, mi padre a
veces tierno y a veces severo, el perseverante al que no se le puede ocultar
nada, mi cuidador, al que debo todo y ante el cual rindo todo. Al alzar los ojos hacia él,
los hundo en lo más profundo de mí.
Yo sí creo que fue un elegido, que vino a este mundo
para protagonizar un sacrificio anunciado y tan terriblemente cumplido para
poder abrirnos el camino hacia la absoluta presencia de Dios. Yo sí creo que Él
fue divinidad encarnada. Que murió y fue
colocado en un sepulcro y que resucitó al tercer día y así se cumplieron las
profecías de una Escritura que había proclamado eso desde hacía 3.500 años. Y
me importa muy poco sí por esas creencias me llaman irracional. Porque la
moral, la ética, que ha propuesto ese hombre: Él, no los que se han dedicado a
ser sacerdotes o autoridades de una religión formada a posteriori, y que fallan a veces porque todos fallamos, repito:
la ética y la moral que fueron propuestas por Cristo son mi guía ideal de vida (pero reconozco que tampoco logro demasiado
al respecto y sólo intento)
Él es brújula y quintante que puede ser consultado a
lo largo del camino de la vida, para ver si es falsa la ruta que tomamos, o si
nos conduce al barranco. De Él decía, por ejemplo, el apologista Justino (s.
II) que era la fuente de “una sabiduría
segura y provechosa”. Y Él, que se llamaba a sí mismo “el Hijo del Hombre”, que en arameo significa solamente “el hombre” y, traducido al griego y
después en todas las lenguas, parece nimbado de misterio, nunca nos pide que creamos en Él, sino que pongamos en
práctica Sus palabras.
II.
En el contexto de ese cristianismo confesado, leí “El
Reino”, que me acerca a la imagen histórica (más o menos) de Pablo. Ese deseo
de informarme más de este apóstol por transpuesta (que a veces me luce
arbitrario y machista y excesivamente normativo para mi gusto e inclinación)
fue provocado al leer un opúsculo de Watchman Nee (un chino cristiano que murió
hace unos 55 años, que sufrió en su momento cárceles por causa de su fe y que
escribió sus reflexiones, unos 17 libros, dicen, casi siempre en prisión) El
opúsculo en cuestión se titula “Tesoro en
vasos de barro” y se refiere a la 2 Epístola a los Corintios. En ella,
Pablo se desnuda como ser humano: es sincero hasta el dolor de su carne
martirizada por el misterioso aguijón que lo perturba y del que nunca fue
liberado por el Señor (Que te baste con
Mi Gracia, le respondía ante la súplica) Y se dice “vaso de barro que contiene el tesoro, ése donde Su poder se
perfecciona en la debilidad”: mi hijo Atahualpa Maita tiene una hermosa
canción donde también acentúa esa verdad)
Carrère, entonces, pone de relieve la personalidad de Pablo, su innegable
condición de apóstol, en el sentido más literal del término, y así, la razón
por la cual El Espíritu, esa “razón de la sinrazón” lo escogió:
“Pero para completar su relato disponemos de otro
documento de un valor absolutamente excepcional, ya que procede del propio
Pablo: las cartas que escribía a sus iglesias. En todas las ediciones del Nuevo
Testamento aparecen con el nombre ostentoso de «epístolas» –que no quiere decir
otra cosa que «cartas»–, después de los Evangelios y los Hechos. Este orden es
engañoso: son como mínimo veinte o treinta años anteriores. Son los textos
cristianos más antiguos, los primeros rastros escritos de lo que todavía no se
llamaba el cristianismo. Son también los textos más modernos de toda la Biblia,
y por modernos entiendo los únicos cuyo autor se identifica claramente y habla
en su propio nombre. Jesús no escribió los Evangelios. Moisés no escribió el Pentateuco ni el rey David los Salmos que la piedad judía le atribuye.
Por el contrario, al menos dos terceras partes de las cartas de Pablo, según
los críticos más severos, son indudablemente suyas.”
III.
Para un teólogo, las cartas de Pablo son tratados de
teología: hasta se puede decir que toda la teología cristiana se fundamenta en
ellas. Para un historiador, son fuentes de una pureza y una prodigalidad increíbles.
Gracias a ellas se capta vívidamente lo que era la vida cotidiana de las
primeras comunidades, su organización, los problemas que afrontaban. Gracias a
ellas también uno puede hacerse una idea de las idas y venidas de Pablo, de un
puerto a otro del Mediterráneo, entre los años cincuenta y sesenta, de su
gestión misionera. Y cuando los
especialistas del Nuevo Testamento, sean del ideario que sean, intentan
reconstruir este período, todos tienen encima de la mesa las Cartas de Pablo y los Hechos de los Apóstoles. Todos saben que
en caso de contradicción hay que creer a Pablo, porque un archivo en bruto
tiene más valor histórico que una compilación más tardía, y a partir de aquí
cada uno se confecciona su guiso. Pero la narración de Lucas en el Evangelio/Hechos es, también, una
referencia de primer orden. Lucas, sin ser propiamente un historiador hizo un
trabajo arduo de investigación. Sustrayéndose a la influencia de Pablo, pues
éste estaba preso (más o menos) en Cesarea, y viéndose obligado a convivir con
Filipo, judío cristiano que había conocido brevemente y de lejos a Jesús,
de él y de otros como él escuchó el
testimonio de la vida del que se reconocía como Mesías.
Por personalismo quizás, Pablo había ido escamoteando
los hechos biográficos, el contexto social y político… y había puesto las bases
para el desarrollo de un movimiento religioso, el cristianismo, en el cual se
preconizaba que había que conservar el statu
quo porque, al estar cercana la Parusía
(Segunda Venida) y el establecimiento del Reino, no valía la pena el esfuerzo
de rebelarse ni fomentar la rebelión. Lucas, en cambio, decidió elaborar un
Testamento mediante el cual rescata la vida, las prédicas, los milagros, la
persecución, el juicio, la muerte y la resurrección de aquel hombre que “no contentándose con ser un curandero de
inquietante popularidad, multiplica en un estado religioso las provocaciones
contra la religión oficial y sus representantes. Se encoge de hombros ante los
preceptos rituales. Se toma la Ley con ligereza. Se mofa de la hipocresía de
los virtuosos. Dice que lo grave no es comer cerdo, sino denigrar a tu vecino”.
De lo que (me) deviene la sospecha (algo que leí por
ahí y me hizo ruido) de que quizás Pablo era un quintacolumna, un espía, un agente apaciguador, un Garbo, un héroe
de Ben MacIntyre, al servicio de los saduceos (cada vez que tuvo problemas con
la justicia, en Corinto, en Jerusalén, fue salvado adecuadamente por las autoridades romanas y, finalmente, si murió en Roma, no quedó algo en claro
al respecto) Carrère escribe: “Las
iglesias de Pablo anhelaban complacer a los romanos, y el hecho de que su
Cristo fuera crucificado por orden de un gobernador romano les creaba un serio
problema. No se podía negar el hecho en sí, pero hicieron todo lo posible por
atenuar su alcance. Explicaron, cuarenta años después, que Poncio Pilatos había
obrado a regañadientes, forzado por las circunstancias, y que aun cuando
formalmente la sentencia y la ejecución fueran obra de los romanos, la
instrucción del caso y la auténtica responsabilidad recaían en los judíos, a
todos los cuales, posteriormente, metieron en el mismo saco.” (Nótese un
hecho aquí: la creencia general es que Pablo era judío, porque él insistía en
que lo era, y que comenzó su ministerio dentro de las comunidades judías, en
las que se insertaron luego no judíos)
https://www.biblialibre.org/apostol-pablo/
Por lo demás, la biografía de Pablo de Jerome Murphy
O’Connor (“Pablo, Su Historia”) que
he revisado someramente a la luz de “El Reino” reafirma lo que siempre he
pensado, basada en la lectura de 2 Epístola a los Corintios (como ya
dije, instigadora de mi lectura) donde, a partir del Capítulo 4, se percibe una tremenda angustia, una tremenda
frustración, un sesgo hacia la auto justificación y la locura: Pablo era un
hombre atribulado, a veces desquiciado, y quizás ése era su aguijón, que en
oportunidades se le imponía hasta derribarlo. La frase famosa («No entiendo nada: el bien que deseo no lo
hago, pero hago el mal, que odio.») es “una
descripción lograda de la congoja de un hombre que ha intentado ser judío sin
conseguirlo, de un convertido fracasado, sumido en la abyección. Esta angustia
espantosa, este conflicto interior que le desgarra encuentran su solución en el
camino a Damasco. El yo dividido, enemigo de sí mismo, se abisma en una
experiencia de transformación radical, tras la cual comienza una vida
completamente nueva”. No todo el mundo tiene la valentía de hacerlo. Una
vez vi a un pastor evangélico sumido en una confusión y una desesperación
similar: él, pálido y trémulo, tratando de predicar sobre este mismo texto.
Pero no tuvo un final feliz.
IV.
A través de las 264 páginas del libro (ya he dicho
implícitamente que está magníficamente documentado histórica y filosóficamente:
es maravillosa, por ejemplo, la comparación entre la promesa de vida eterna del
cristianismo y la que Calipso le hace a Ulises y que éste rechaza) Carrère
recuerda cada cierto lapso a sus lectores que él no es cristiano, que no cree
que Jesucristo resucitó, que desconfía de los milagros, aunque destaca su
asombro, a veces su admiración, de cómo una leyenda se ha transformado en un
culto universal que ha perdurado por más de dos milenios. “El Reino” es un
libro abrumador, pero no me atrevería a recomendarlo “para todo cristiano” porque, en sus vetas de frío racionalismo
(muy cartesiano, por lo demás: muy francés) podría perderse parte de su fe.
Y, para que conste: yo creo que una persona no debe constreñir sus lecturas únicamente a los textos con los que esté de acuerdo, o que se acomoden perfectamente a sus creencias, porque esa es una actitud auto discriminatoria y totalmente limitante (he escuchado personas cristianas que dicen que solamente leen la Biblia y me causan repelús). Sin embargo, en este caso me eximo de la recomendación, aunque dejo abierto el resquicio a la curiosidad. Es un libro excelente desde el punto de vista de la narratología y el discurso, pero no es un libro fácil. Es un libro deslumbrante, lleno de historias, anécdotas, referencias modernas, relaciones con la música, la pintura, el cine: es el libro de lo que acostumbro llamar “un hombre del Renacimiento “, pero también es un texto contradictorio y muy triste, en el fondo: el texto de un hombre que está en busca de un camino. Quizás una muestra de eso es este texto con el que Carrère concluye:
“He escrito de buena fe este libro que acabo aquí, pero aquello a lo que intenta acercarse es tanto más grande que yo, que esta buena fe, lo sé, es irrisoria. Lo he escrito entorpecido por lo que soy: un hombre inteligente, rico, de posición: otros tantos impedimentos para entrar en el Reino. Con todo, lo he intentado. Y lo que me pregunto en el momento de abandonar este libro es si traiciona al joven que fui, y al Señor en quien creí, o si, a su manera, les ha sido fiel. No lo sé.”
03 de abril de 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario