Ya escondí un amor por miedo de perderlo. Ya perdí un amor por esconderlo. Ya me aseguré en las manos de alguien por miedo. Ya he sentido tanto miedo, hasta el punto de no sentir mis manos. Ya expulsé a personas que amaba de mi vida, ya me arrepentí por eso. Ya pasé noches llorando hasta quedarme dormida. Ya me fui a dormir tan feliz, hasta el punto de no poder cerrar los ojos. Ya creí en amores perfectos, ya descubrí que ellos no existen. Ya amé a personas que me decepcionaron, ya decepcioné a personas que me amaron.
PÁGINAS
lunes, 14 de diciembre de 2020
NO ME DEN FÓRMULAS CIERTAS
Ya escondí un amor por miedo de perderlo. Ya perdí un amor por esconderlo. Ya me aseguré en las manos de alguien por miedo. Ya he sentido tanto miedo, hasta el punto de no sentir mis manos. Ya expulsé a personas que amaba de mi vida, ya me arrepentí por eso. Ya pasé noches llorando hasta quedarme dormida. Ya me fui a dormir tan feliz, hasta el punto de no poder cerrar los ojos. Ya creí en amores perfectos, ya descubrí que ellos no existen. Ya amé a personas que me decepcionaron, ya decepcioné a personas que me amaron.
martes, 24 de noviembre de 2020
ME MUERO POR PREGUNTARTE...
Acerca de enamorar-se y amar: un dicho y un hecho.
Milagros Mata Gil y Juan Francisco García
Me muero por preguntarte
si es igual o es diferente
querer y amar y si es cierto
que yo te amo y tú me quieres
(Andrés Eloy Blanco: Pleito de Amar y Querer)
Ahora que estás escribiéndolo, no sabes qué parte de ello es realidad y qué parte literatura. Es tan íntimo el vínculo entre lo que sientes, lo que piensas y el deseo de darle forma estética a eso que sientes y piensas que no sabes ya cuál es la frontera, ni si de súbito un territorio real, un sentimiento real, se transforman en objeto de arte o en ficción literaria…
Esta mañana, ante el magnífico amanecer, lujo de colores que deparan estos días, sentiste que la felicidad residía en esas cosas pequeñas: percepción de una flor, el agua desgranándose bajo la luz, el olor a yerba recién cortada... No es la primera vez que te invade esa completitud ante algo que parece ser insignificante, algo que pasa desapercibido la mayor parte de las veces: un arcoíris entrevisto en la carretera, un sorbo de buen café, las montañas recortándose con trazo y dimensión perfectos contra el cielo casi índigo. También esto, supones, a veces, cuando no te hiere, cuando no te irrita, cuando no te molesta.
En algunas oportunidades has sentido una rabia explícita y terrible. Has sentido el deseo de arrancarte el cuerpo, de arrancarte del pecho el sentimiento que te debilita, que te hace sentir estúpida. Hay en esa rabia un dolor tan grande que es casi físico. Entonces, sólo tratas de respirar, sintiendo cómo el aire entra en los pulmones y entonces todo se va calmando, todo va volviendo a su lugar, el dolor desaparece suavemente y sólo queda cierta leve irritación, cierto desgano, cierta melancolía que también se deja atrás cuando la cotidianeidad te alcanza y te alcanzan los deberes, los derechos, el sonido del televisor antes de dormirte, la tentación de un libro o de una música.
De cualquier forma, aunque te quemen rabia y pudores, has decidido a entregar estos textos. Necesitas que otro sepa de estos atroces prodigios antes de que las erosiones de Agosto y sus ocios y placeres arrasen su belleza. Porque no puedes negar esa belleza (no es posible negarla) ni lo que ella ha supuesto y producido, y que es mucho más de lo que tú piensas, o de lo que otros pudieran pensar, porque no se saben aún sus consecuencias finales. Y no puedes negar cómo él, o esto, o como se llame, ha enriquecido tu vida.
Lección Nº 4:
De cómo un sentimiento abrumador se traduce en escritura y se transforma en Espejo, con todas las derivaciones que ello implica, incluyendo las posibilidades de dimensionarlo mediante los postulados de la Geometría Curva.
Primer Inter-Texto de Juan Francisco García
Para poder estudiar las diferencias entre amar y enamorar-se es necesario ampliar los términos, es decir, hay que también abordar las palabras afecto, amor y querer. Los dos verbos iniciales (amar y enamorar-se) se conjugan en la lexía del afecto.
Afecto es adjetivo, registrado hacia 1588 y está tomado del latín affectus, participio pasado de afficere poner en cierto estado, derivado de facere (hacer, según Corominas, 1990). El afecto es ponerse en cierto estado sentimental y está unido al darse cuenta, al tomar conciencia de que se está en ese cierto estado. Por ello, María Moliner (1979) en la primera acepción, señala afecto en un sentido amplio como sentimiento o pasión. Luego, añade: A cualquier estado de ánimo que consiente en alegrarse o entristecerse, amar u odiar. El afecto está ligado a las nociones de inclinarse (Casares, 1978) o aficionarse a algo, lo que corresponde a la primera entrada del DRAE. También está ligado a conquistar, dejarse atraer, dejarse conquistar, amar, enamorar-se y odiar.
Ahora bien, todo sentimiento o cualquier estado del sentimiento se inserta de hecho en afecto, que funciona entonces como palabra-matriz, o, como se dijo al principio, lexía. Afecto, paradójicamente, es un verbo considerado de acción por excelencia debido a su parentesco con facere (y no de pasión, ni de padecimiento, a pesar de los padeceres que su acción pueda provocar).
10 de Junio
Te es difícil (te ha sido muy difícil) aceptar ante otro lo que apenas si has podido aceptar ante ti. Quizá por eso escribes. Para ver si reflejándote en el papel (ese espejo opaco, al decir de Seferis) puedes entender las circunstancias. Revalorizarlas a la luz de lo que la gente sensata acostumbra llamar la madurez, la adultez y el sentido crítico.
En el principio, fue ese resplandor, esa iluminación, esa transfiguración de los espacios cotidianos, esa felicidad que te hacía pensar cada vez que debías verlo y que aprendiste en la primerísima juventud:
Hoy la tierra y el cielo me sonríen
Hoy llega al fondo de mi alma el sol
Hoy lo he visto: (lo he visto y me ha mirado!
Hoy creo en Dios.
De pronto, a la entrada de lo que semejaba un tranquilo, pacífico, otoño (aplacadas las terribles hogueras del corazón y la carne por la fuerzas de las tormentas) y cuando escribías versos acerca de sachets perfumados rellenos de flores secas, surgió ese resplandor, devolviéndote la capacidad de apreciar ese tiempo que bulle entre el fin de la verano y el principio del otoño. Eso cambió tus perspectivas. Viste entonces con claridad las cadenas que te habías impuesto y las desechaste. Sin tantas presiones, te sentiste ligera y feliz. Por primera vez en mucho tiempo, la levedad del aire era capaz de internarse profundamente en tus pulmones y eso alteró el control sobre tus sentidos y tus sentimientos.
Luego, vino un período de reflexión. Hubo miedo y dolor. Te aterrorizaba el vértigo ante el abismo: ¿caer hacia dónde?¿caer hacia qué? Te aterrorizaba también la ambigüedad de la situación. Porque a veces te habías sentido como una novia inocente y pletórica de inocencia, tan cálidamente cercada por cierta atmósfera, una novia tan armoniosamente situada en el mundo junto a alguien a quien descubría con destellos casi esplendorosos, alguien que daba seguridad sin cadenas, en quien era posible reconocer un igual, o, mejor, un maestro. Pero nada indicaba que eso no fuera una ficción generada más por tu deseo que por los elementos de lo real.
Segundo Inter-Texto de Juan Francisco
Veamos ahora amor y, en cierto modo, afecto, pero ya en otra acepción. Amor, según Corominas, proviene de amar y está registrada hacia 1140. Para el DRAE, amor es el sentimiento que mueve a desear que la realidad amada: otra persona, un grupo humano o alguna cosa, alcance lo que se juzga su bien, y a procurar que ese deseo se cumpla, y a gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido. Esta primera acepción parece moverse hacia el altruismo y supone un amor puro y abstracto. Por su parte, Moliner dice: Asentimiento experimentado por una persona hacia otra, que se manifiesta a desear su compañía, alegrarse con lo que es bueno para ella y sufrir con lo que es malo.
Para esta autora, la primera definición se encamina hacia el amor de pareja y plantea un amor concreto, alejado de la abstracción de la primera del DRAE. Mientras que Casares admite en su primera acepción: Asentimiento afectivo que nos mueve a buscar lo que consideramos bueno para poseerlo o gozarlo. Es una definición más general, si se la relaciona como Moliner, pero más limitada, si se la compara con la de la Academia. El amor es visto como posesión y goce. Es movimiento y eso lo une con enamorar-se. Para el Diccionario Vox de la Encarta Multimedia (1997), el amor es vivo afecto, inclinación hacia una persona o una cosa.
En un segundo campo semántico, el DRAE, Casares y Vox asumen que el amor es apetito sexual, pasión, atracción y atracción afectiva. En cuanto a enamorar-se, el Vox da tres acepciones, a saber: 1. Tener amor a personas, animales o cosas. 2. Tener amor a seres sobrenaturales. 3. Desear, aspirar al conocimiento y disfrute del ser amado. Esta última recuerda el amor intellectualis, de Spinoza, aunque para él, este tipo de amor era exclusivamente dirigido a Dios. Pero esta tercera acepción y su vertiente spinoziana remiten al amor idealizado: ese punto intermedio entre el amor altruista y el amor de pareja.
El que ama hace cosas por el amado, aunque jamás llegue a poseerlo y aunque jamás se entere. El amor así concebido genera grandes proezas. Todo lo puede y lo mueve, como la fe. Y no espera nada a cambio, aunque en el fondo se piensa en el milagro de la recompensa.
Primer Acercamiento
Enamorarse es como vivir dentro de un relámpago que, en medio de la más oscura noche, permite vislumbrar un paisaje. La visión puede ser clarísima, pero el relámpago mismo es efímero. Enamorarse es como vivir dentro de la llama de una lámpara de alcohol: una llama azul y leve que consume velozmente el combustible que la alimenta. Enamorarse es, como decía Andrés Eloy Blanco una brasa que vive de su propia quemadura.
¿Dura seis semanas tal iluminación, tal y como aseguran los psicólogos clínicos expertos en neurosis? Quizá. Tu racionalismo, tu deseo de explicar y controlar los acontecimientos, te han convencido de que después de seis semanas la quemadura de amor que ahora sientes habrá sanado: será una levísima cicatriz clara en el espíritu, un precioso recuerdo y este montón de palabras que te negarás a evocar e inclusive a reconocer. Y si escribes como si fuera una carta, si hoy te has decidido a escribir, es porque crees que tienes derecho de saber, a pesar de la condena de esa efimeridad (¿sólo lo efímero es eterno?).
Tercer Inter-texto de Juan Francisco
El verbo enamorar-se es un verbo incoactivo, porque indica el momento de iniciarse el suceso, es decir, indica el momento en que se inicia el proceso de amar. Los verbos incoactivos, señalados por Werner (1980) son verbos de duración brevísima como empezar a, palidecer, ruborizarse, madurar, florecer, sonar. Recuérdese para ello la primera acepción de María Moliner para enamorar-se: “empezar a sentir amor”. Por su misma condición, enamorar-se es un verbo mutativo, es decir, indica una transición hacia otro estado: enamorar-se es el camino entre no-amar y amar: entre el dicho y el hecho. Hay en eso implícito un cambio de estado del ánimo. Se vive el sentimiento, o, mejor, se padece y no es posible hacer nada para detener ese padecimiento. Sólo cuando está instaurado el sentimiento del amor es cuando es posible alimentarlo o destruirlo. De cualquier manera, y, citando a Herrero: amoris vulnus idem sanat qui facit (la llama del amor sólo quien la hace la apaga).
Segundo Acercamiento
19 de Junio
¿Lo amas? (Te preguntas)¿Es eso que sientes Amor che muove il sole e l’altre stelle, como dice el Dante?¿Es el sentimiento que ilumina y vivifica, transfigura y revela, da dolor y libertad, paz y conflicto, y sostiene así la arquitectura del mundo? Pero si así fuera, la experiencia sería (quieres creerlo) distinta: sería un sentimiento contemplativo y altruista, una idealización que ardería hasta extinguirse, una especie de fuego fatuo. A menos que el otro, el amado, alimentara su esencia de pasión y transmutara hacia otra cosa, aún indefinida, materia onírica en la que jamás te has atrevido a pensar... ¿Y sería posible que el otro lo alimentara, que lo reconociera y lo aceptara más allá de todo prejuicio o límite? Las preguntas son retóricas: aluden a una potencialidad y no a un hecho, pero aun si se refirieran a uno, no requieren respuestas. Porque has comprendido al fin lo que Platón decía en cuanto a que después de haber contemplado lo ideal y puro del objeto amado una y otra vez, su imagen se revela, mas ya no puede ser representada como imagen sensible, sino que se representa ella misma, sin mutaciones, sin aumento, sin desgaste.
Por otra parte, y, como lo expresó tan exacta y radicalmente San Pablo:
Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltara el amor, no sería más que una campana de bronce que toca y toca y resuena y resuena. Si yo tuviera el don de la profecía, si conociera todas las cosas, las abiertas y las secretas, con toda clase de conocimientos, si tuviera tanta fe como para trasladar de sitio los montes, pero me faltara el amor, nada sería. Si repartiera todas mis posesiones y hasta mi cuerpo entregara para ser sacrificado y fuera llamada una persona generosa, pero sin tener amor, de nada me serviría.
(Carta a los Corintios, I: 1-3)
Cuarto Inter-Texto de Juan Francisco
Enamorar-se se reporta como un estado, pero obviamente relativo, muy relativo, quizá con el verbo estar. Lo que se quiere es retener ese instante o breve momento de enamorar-se: la llama que surge, el vivo afecto. Si se acepta que querer –que también se vincula con este verbo- tiene entre sus acepciones investigar e inquirir, es posible aseverar que una persona se enamora de otra a partir de lo que esa otra estimula. Luego, se comienza a ver si la otra persona, se indaga si la otra persona siente algo parecido. En palabras de Casares, se tiene, cuando se está enamorado, suficiente sentimiento afectivo como para moverse a buscar. Y, por último, obtenido el consentimiento del otro, se concibe o se engendra el amor.
Tercer Acercamiento
20 de Julio
Ahora, después de una lluvia fuerte y sólida, el sol recupera sus fueros. El jardín luce verdísimo y las trinitarias florecidas se inclinan, brillantes por el agua y la luz. Así son los humanos, como ese jardín, como estos ciclos de lluvia y no lluvia... Todo es tan profusamente hermoso que no sabes ni cómo expresarlo, ni cómo alejarte de la máquina y de la ventana abierta hacia el jardín para terminar esta ¿carta? (que jamás debiste empezar, que enviarás nunca).
Quinto Inter-Texto de Juan Francisco
El enamorar-se es de gran intensidad, de corta duración. Una persona pudiera morirse por la profundidad y la fuerza que puede alcanzar la sensación. Pudiera compararse a la que produce el Orinoco en Agosto frente a la Laja de la Zapoara. El amar y el querer son sentimientos y emociones más uniformes y duraderos. Sin embargo, pueden carecer de la virtud del enamoramiento, que en sí melle et felle est fecundissimus (fecundísimo en miel y en hiel).
Cuarto Acercamiento
21 de Julio
A veces, tienes ante ti su cara, sus ojos que brillan con esa inteligente y purísima luz, su sonrisa a medias. No entiendes ese flujo que él te impone, como el del río, como hecho por Amalivaca, corriente en dos sentidos. Bórax navegando. No entiendes.
domingo, 8 de noviembre de 2020
EL CASO DE ROSE DONNE
Minnie Gasbab es una
terrible chismosa... dijo Mrs. Clark a Mrs. Boffin, mientras
paseaban lánguidamente en medio de la
tarde tropical. Era el mes de julio. Un sol blanco y ardiente llenaba todos los espacios. La atmósfera era
sofocante y despertaba los instintos
adormecidos por siglos de educación y buenas costumbres. En ese lugar todo era
distinto: la cólera, el amor, los celos, la dicha, se sentían de diferente manera. La misma Mrs. Clark, con
todo y haber sido educada en el seno de
una aristocrática familia bostoniana,
había roto a bastonazos los cristales de su
casa, cuando discutió con Mr. Clark en cierta oportunidad. Después, ambos tuvieron que inventar algo
sobre una explosión, lo que ocasionó que la Superintendencia de
Mantenimiento realizara una ardua
revisión de las tuberías de gas, cuyos
resultados los dejaron perplejos.
Mrs. Clark sentía que
se ahogaba, a pesar del aire
acondicionado y de la vegetación tan fresca y hermosa de los jardines. Ella y Mrs. Boffin, una
joven de Kansas, muy educada,
acostumbraban caminar por los jardines del
Campo Norte de San Roque, todas las tardes. Caminaban bajo lujosos arcos de trinitarias cuyos tonos
variaban desde el rojo frambuesa hasta
el rosado. Había helechos colgando como
cortinas de un verde delicadísimo. Setos de cayenas cuidadosamente recortados. Macetones de
azaleas blancas. Jardincillos circulares
de lirios y calas, flores obscenamente carnosas. Sí: era obsceno. Mrs. Clark
jamás se había imaginado que pudiera
existir algo así.
-¿No le parece, querida, que hace un calor sofocante?, dijo.
-Sí, claro, supongo que podemos entrar al
Salón, si usted quiere, respondió su compañera.
Mr. Clark le había dicho al principio, cuando le propuso venirse a ese lugar, que sólo
serían unos meses. Algo para él very important. El desarrollo de su
carrera. No le habló de las
incomodidades, de los insectos, de la
humedad caliente del aire, de la fuerza monstruosa de las pasiones, ni
del lugar en que vivirían: aislado por perros
y alambradas, y donde deberían circunscribirse a tratar con veinte o veinticinco familias de tan diversa
cultura y nivel social, igualadas por la
necesidad de juntarse, extranjeros en
medio de nativos que eran a la vez untuosos y hostiles.
Por lo demás, fuera de las alambradas sólo había una llanura reverberante, y, más lejos,
un poblado sucio y bullicioso, donde se
cultivaban el vicio, la perversión y la violencia. Mrs. Clark había ido dos o
tres veces, con idéntica sensación de
grima. Ya esto duraba demasiado.
Después de año y medio, apenas si lo
resistía. Todo el tiempo temía volverse
loca. Ni siquiera se atrevía a tener un niño, como reiteradamente se lo había sugerido Mr.
Clark, porque dudaba de que fueran
adecuadas las condiciones del lugar.
¿Qué educación podría proporcionarle a un chico en esas circunstancias? Oh, aquellas amas de casa
parlanchinas tenían hijos que cuidaban
sirvientas indias. Las vestían con
uniformes azules, les quitaban los piojos, y a cambio de una cantidad insignificante, se podían
dedicar a comer cacahuates y jugar a las
cartas. Una vez quiso promover un
Círculo Literario, como el que su madre había tenido en Newports los veranos, pero aquellas mujeres
apenas sabían de lo que se trataba. Y
fuera de los suyos, que no eran muchos,
los únicos libros que había en el campamento eran los religiosos del reverendo Castle, quien
cierta vez, al oírla hablar de cierto
John Dos Passos le había recomendado privadamente que no volviera a
mencionarlo: That communist, God save us, había dicho.
Mrs. Clark y Mrs. Boffin caminaban sin apresurarse, las dos tan jóvenes, tan rubias,
tan bonitas, vestidas con sus vaporosos trajes blancos escotados y ocultas bajo
la doble sombra de sus sombreros de paja y sus
sombrillas estampadas: la de Mrs. Boffin, con pequeñas flores, y la de Mrs. Clark, a rayas anchas blancas,
rojas y azules. Hablaban de los
acontecimientos que envolvieron a otra
vecina, la pequeña Mrs. Donne, de soltera Umbrella, Stallone, o cualquier otra
cosa italiana, quien recientemente había vuelto a la Unión, después del
estallido de un escándalo donde estaba
metido, decían, hasta el propio reverendo Castle. Todavía no se sabía a
ciencia cierta qué cosa había sucedido,
y si bien se hablaba de hombres pasados
por el lecho de Rose Donne, ninguna de las
chicas, después de someter a sus maridos a cuanto proceso de confesión se les ocurrió, había obtenido
una historia clara. Y ahora Mr. Donne
andaba embriagándose en Santa María, con
una corte de gente de mala vida. Mr. Clark había comentado que, de seguir así, La Compañía
tendría que prescindir de sus servicios.
En aquellos días calurosos y brillantes, de impredecibles tormentas, había surgido la
historia que encendió los rumores por
igual en las asépticas viviendas y los
salones de los Clubes Norte y Sur de San Roque, y hasta en el polvoriento laberinto de casuchas y
bares del pueblo de Santa María del Mar
(a Mrs. Clark le parecía incomprensible que, estando tan lejos del mar, aquel
caserío odioso tuviera tal nombre, pero
lo atribuía a la mentalidad de esa
gente, tan extravagante). El rumor aludía a algo entre Rose Donne y, tal vez, un negro. Comenzaron a barajarse
posibilidades. Se decía que Mr. Donne
había protagonizado riñas con algunos
obreros de la perforación, con uno de los gerentes y había retirado el saludo al profesor Boffin. Aun
así, nadie podía decir exactamente qué
había sucedido.
-Salvo que no haya
sucedido nada y todo haya sido invención
de Minnie Gasbab: yo la conozco...,
dijo Mrs. Clark en voz alta, siguiendo
el curso de sus pensamientos.
-¿Qué sabe usted de ella?, preguntó con
curiosidad la otra mujer.
-Nada, en realidad...
Pareciera que no tiene más ocupaciones
que mirar por la ventana y comentar luego
lo que ve, convenientemente ampliado y...reinterpretado, diría yo. Creo que ella podría ser una buena escritora
de novelas... De hecho, imita los libros
de Joachim Red Sauce
-Pero va mucho a la
iglesia, es piadosa... En cambio Rose
Donne no parecía muy...moral... siempre con
esos trajes llamativos y esa risa... Era católica, además, hija de italianos... ¿cómo creer que no...?
Todo la condenaba, usted la vio también: era coqueta... Y Minnie Gasbab es de una antigua familia de Georgia,
mientras que Rose venía de New York,
usted sabe...
-Claro... dijo ambiguamente Mrs. Clark.
Ambas
entraron al salón bien aireado y ventilado, lleno de mesitas redondas y sillas
de listones pintadas de blanco. Detrás de la barra había una estantería para
bebidas. Varios espejos daban mayor amplitud al espacio. También allí había
plantas, verdes, vigorosas, exuberantes.
El barman cabeceaba sobre un periódico, y dos
chicas vestidas de verde y blanco se movían entre las damas sentadas allí a esa hora para beber té frío
con limón o refrescos de frutas
tropicales, y comer pasteles. No había
un solo hombre entre los clientes. En cambio, varios niños correteaban por la terraza, chapoteaban en la
alberca, en el estrado de la Orquesta
que amenizaba algunas noches, y entre
las mesas. Niños rubios y sonrosados, cuidados por sus niñeras vestidas de azul celeste.
Mrs. Gasbab, de unos cuarenta o cuarenta y cinco años, delgada, musculosa, gran jugadora
de tenis y de golf, con la cara quemada
y arrugada por el sol y el cabello
corto, dorado, con mechones blancos, reinaba en el grupo de trece o quince mujeres que la
escuchaban mientras consumían
placenteramente sus meriendas. Cuando ellas
entraron y cerraron sus sombrillas, voltearon a mirarlas y las saludaron con gestos de efusiva
bienvenida:
-¿Qué tal, Margret, qué
tal Ann...? ¿Qué tal el paseo?¿Desean acompañarnos? Por favor... ¿qué tomarán?
-Vengan, vengan...
Escuchen... Minnie está contándonos más
de esa indecente historia: ya saben...
-Oh, sí, indecente but
very funny, that’s right?, dijo Mrs. Clark y se
sentó con una sonrisa.
Mrs. Boffin la siguió
con cierta reserva, pues sabía que el
nombre de su esposo había sonado fuertemente en el rumor, aunque ella creía en él cuando negaba su
participación en ese asqueroso asunto.
En ese momento, la lavandera negra del Campo pasó, seguida por su hija
adolescente. Las dos llevaban sobre la
cabeza los fardos de ropa blanca que mandaba a
repartir La Compañía, y caminaban altivas y garbosas, exhibiendo sus hermosos cuerpos.
-Precisamente con el hijo
de Frony fue con quien la vi por primera
vez desde mi ventana. Créanme, queridas,
no fue una ventaja tenerla allí... Pasaban tantas cosas pecaminosas en esa casa, se decían
tantas obscenidades... Y yo, sin poder evitar verlas y oírlas...
Mrs. Boffin se removió inquieta. Le dolía el cuello por la tensión. A cada momento
esperaba que le hicieran alguna
pregunta, o que mencionaran a su marido.
Aquel asunto de Rose Donne había sembrado incertidumbre y desconfianza en todo el Campo: los hombres
que trabajaban en las perforaciones, y
que regresaban cansados, sucios de barro
y aceite, miraban con suspicacia a sus mujeres,
tibias y suaves, que los esperaban en el confort del hogar, y las interrogaban sin sutileza, analizando
las respuestas con minuciosidad.
Desconfiaban de los que trabajaban en las
oficinas: gerentes, contadores, médicos, oficinistas y profesores, y que cumplían un horario, o
podían desplazarse con libertad en el
área de viviendas mientras ellos estaban
lejos. Siempre había existido una vaga rivalidad, pero ahora las cosas se planteaban de diferente
manera: ¿dónde pasaban sus ocios aquellos dandis perfumados mientras ellos se reventaban chapoteando en el fango,
atormentados por el ruido de las calderas, a pleno sol o en plena noche, trabajando como brutos?
También los señores de las oficinas recelaban del encanto que para algunas mujeres podían
tener esos hombres toscos, con sus
olores viriles, el aura aventurera de su
forma de ganarse la vida y de su origen en pueblos del Oeste. Y todos desconfiaban de los criollos que trabajaban en el Campo: jóvenes latin lovers de cabellos asentados con brillantina, piel morena,
vestidos de blanco y bañados en agua de
colonia. Los miraban de soslayo en las
reuniones mientras ellos desplegaban sus artes de fascinación, su
habilidad para el baile y la exótica blancura
de sus dientes de animales sanos.
Por su parte, tampoco las mujeres confiaban en sus hombres, ni en las otras mujeres,
sobre todo si eran jóvenes y atractivas.
Sólo Mrs. Gasbab lucía absolutamente
segura de su posición. ¿Acaso porque Mr. Gasbab, que era uno de los gerentes, había perdido para
siempre sus apetitos sexuales? ¿O quizá porque ella, Minnie Gasbab, podía satisfacer todos sus deseos?
-Yo no creo que sucedieran
tantas cosas, dijo Mrs. Clark en aquel momento, pienso que nos estamos dejando llevar por la fantasía... El hijo de Frony,
por ejemplo, es apenas un muchacho, y
muy respetuoso... Por muy loca que
hubiera estado Rose Donne, él hubiera sido lo suficiente mente juicioso como para...
-¿Defiende usted,
Margaret, a un negro y a una perdida italiana...?, sonó con cierto tono gangoso y glacial, la voz de Mrs. Gasbab. Todas en la
mesa se estremecieron. No creo que una
dama como usted crea en verdad lo que
dice... A menos que eso haya aprendido en la universidad, leyendo todos esos
libros...
Mrs.
Clark se apresuró a replegarse,
ruborizada de cólera, pero temerosa.
-Lo siento, no quise decir
nada, en realidad no tengo opinión...
-No se inquiete, querida,
comprendemos sus sentimientos: es usted
taaaan jooven, y ha leído tanto... eso
confunde a cualquiera, dijo amablemente Mrs.
Gasbab.
En el silencio que siguió se escucharon los gritos juguetones de los niños, las
reconvenciones de las niñeras en tono
apagado, la agitación del agua de la alberca, y el canto de los pájaros. Una
luz dorada había llenado todo el espacio
en el ocaso. Mrs. Clark sorbió su té y las
conversaciones volvieron a fluir. Ahora se hablaba de una máscara de
belleza hecha a base de avena de hojuelas y
miel: sólo veinte minutos una vez a la semana, y luego una de clara de huevo durante media hora. Alguien
mencionó los baños de tilo para calmar
los nervios, y la charla derivó hacia
medicinas naturales y tejidos de aguja. Al cabo de un rato, Mrs. Clark se levantó, recogió sus
cosas y se despidió amablemente del grupo. Miró a Mrs. Boffin:
-¿Viene, querida...?
Mrs. Boffin, aliviada, recogió también su sombrero y su sombrilla, y ambas salieron a
la tarde que languidecía. No comentaron
nada. Al llegar a la calle, apresuraron
el paso entre la doble fila de casas blancas,
con puertas y ventanas pintadas de verde, protegidas por telas metálicas, techos de asbesto rojo y
jardines simétricos, separados por
cercas de tabloncitos también blancos.
El césped recortado tomaba un color plata, y las flores de los setos se iban hundiendo en las
primeras sombras de la noche. Cada casa
tenía un buzón y un senderillo de
granito que conducía hacia la puerta principal y se bifurcaba hasta la parte
trasera, la puerta de la cocina y el
lavandero. Las dos mujeres se despidieron
con un beso gentil, revisaron el buzón, recorrieron el sendero, abrieron la puerta y fueron
encendiendo las luces.
De idénticas alacenas y refrigeradores, comenzaron a
sacar los ingredientes para preparar la
cena.
A lo lejos, hacia el sur, se acercaban velozmente los camiones que traían a los
hombres desde los pozos. Se acercaban, levantando el polvo rojo de la sabana.